Yo poseí más de mil libros y,
en su ausencia, la decena que ahora veo desde esta cama me resulta
superviviente de una gran pérdida. Como dicen de aquellos que se
salvaron de los campos de exterminio, ahora esos pocos libros se
sienten culpables de su presencia en este mi nuevo mundo. De un modo
oscuro, su visibilidad en el espejo de mis ojos les aterra. Piensan
los libros liberados que, quizás, ellos merecieran con mayor motivo
y peso permanecer en el espacio de la pérdida. Aquellos otros que en
aquel lugar se quedaron, ¿son acaso menos dignos? ¿no fue el azar
el que actúo eligiendo a “El alemán es fácil” frente
al muy digno y honesto “Don Quijote”?. Por ello, casi me
digo porque me dicen, todo libro ha perdido ya su valor y significado
antiguo. Repito, no es esto simple creencia mía. Yo ya solo miro lo
habido y lo por haber. Esta pérdida de sentido es una misteriosa y
siniestra decisión de las inertes páginas y sus ahuecadas palabras.
Un misterio tremendo que fascina en la cercanía de extinción..
sábado, 19 de septiembre de 2015
jueves, 17 de septiembre de 2015
sé lo que hicisteis en vuestras últimas vidas ( o el paciente de lo incurable)
That Girl in yellow boots (2011)
“ Sé que el hombre más inteligente del último siglo, Nietzsche, escribió esa terrible frase: no hay que querer ser médico de lo incurable. Pero esa es en gran medida las frase más errada entre todas las paradójicas y peligrosas que nos dio para descifrar. Lo correcto es exactamente lo contrario, y yo afirmo: hay que querer ser médico de lo incurable, y más aún: sólo ante lo incurable se prueba un médico. Un médico que acepta de antemano el concepto de incurable deserta de su auténtica tarea, capitular antes de la batalla” (Stefan Zweig: La compasión peligrosa - La impaciencia del corazón)
Es necesaria mucha violencia y una gran disciplina de la voluntad si, como decía el filósofo, se rechaza en soberbio gesto ser médico de lo incurable.
No
es fácil dimitir de la cura de lo incurable y de nuevo engañan las apariencias.
No
es fácil porque
todos los cánticos nos llevan a negar con impaciencia la sentencia. Es postura cómoda y queda bien en cámara (quedar bien es signo de los tiempos en red y lo fue en la época de las mitologías y religiones).
hay algo recto y bendecido y auténtico - según todos los cánticos - en ese no rendirse ante aquello que, sin solución, va dejando cadáveres en el margen de la historia (común o privada, universal o personal). Sea torpes ejemplos de aquello que va muriendo en la rueda del devenir:
nuestros proyectos vitales (que se convierten en plan de pensiones, iniciativas emprendedoras o cursillos del mes de septiembre),
la paz del alma y el sosiego,
el deseo mismo (tornado kama sutra del porno),
el deseo y la boda,
nuestra imagen whatsaap
*****
lo
incurable
es la búsqueda de lo sin condición, el significado libre de
contexto, la refutación del pragmatismo, el imperativo categórico
ante los niños muertos en la playa
RUTH
( la
chica de las botas amarillas)
en los oscuros callejones donde los turistas mean o en esa casa en la
que un masaje se amplia por mil rupias en la entrepierna del final
feliz, busca lo incondicionado por la hermosa vía del suburbio
pecador. Busca al padre. El padre
nuestro
que siempre buscamos en el cielo. Todo el sacrificio encuentra su
sentido en
ese (sí, incurable) afán del padre incondicional en su amor a la niña.
Ruth recorre su torturado camino hacia el final feliz ganando mil
rupias por un "happy ending".
Ruth
busca a su padre, quiere encontrar la incondicionalidad de ese padre
que es Dios. El padre que curará la insatisfacción incurable ---
incurable para los otros médicos, no para el guía, el maestro,
papá, papaíto.... la niña quiere el abrazo de papá, el abrazo
diferido que debió estar en la infancia y que - no puede ser de otro
modo - deberá ahora estar sí o sí, en el final del camino. Todo
lo justifica ese camino hacia el padre porque solo en él Ruth podrá
descansar de un novio yonqui y de un trabajo sucio o de la corrupción
en la que chapotea.
No voy a mostrar al padre como hace la película.
El
fin justifica la vida errática y la blasfemia.
Fin: qué palabra
más incurable (casi tanto como el "hacer planes").
****
El
sabio al modo Nietzsche -no hay que querer ser médico de lo
incurable - sabe que el final que, con mucho tiento, cabe en
esta tierra de cosas feas se circuncida en la posesión de un par de
botas amarillas para caminar sobre el asfalto.
Nada
más profundo que las botas amarillas. Mis botas, mi dignidad...
****
….
pero aquí estoy YO sin botas amarillas. Ahí estamos todos o casi,
aterrados y anhelantes por estar a la altura de lo que se debe: amar
o servir, buscar al padre o al hijo, comprometerse con alguna bandera
de las que prometen elevar el alma en nombre del padre que Ruth
busca.
Mil
años pensando en mi
mal
y, ay, me hundo en la conciencia de lo incurable. Sin cura. Sin padre
ni hijo. Sin maestro ni buda.
Solo
me queda la premura de tiempo. Es ya mucho el camino quemado. Indago
sobre nuevos puertos en lo que atracar mi nave. Caeré en la
tentación de lo incurable. Quedan muchas batallas en las que caer
víctima de francotiradores.
Mostrar
mi fuerza.
Rechazar
la derrota y
lo
incurable,
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