Peter Frederick Rothermel, 1869
La oscura sombra del viejo y
desdentado malestar se vino a vivir a un espejo y navega ajeno a
ella el barco que la transporta. Nombrado el navío con la bandera
negra que ausenta de todas las leyes – así dijo el contrato - ,
van los peregrinos esperanzados en busca de su Patria sin rostro. Ignoran también el ataúd de
Nosferatu que se ha instalado en el vientre del sueño, dispuesto a
abrirse todas las noches para advertir que nunca se
escapa del viejo dolor que el corazón teje en los márgenes del
azogue. No hay quiebra
del viajero con su patria, ni anuncio de una vita nuova
en plazo razonable. El rasgado de olvido es ingenuo suponer.
El
malestar se oculta en un espejo y solo un no-muerto, del que todos
por salud desconfian, advierte en sueños del peligro. Solo él sabe y nadie cree posible que, ya tan lejos, estén aún en la casilla de salida. Emigran ilusos y la noche canturrea sin ironía la
lección de la historia: la oportunidad
del navegante se agarra a los dos lados del Océano y mantiene al
barco varado en pesadillas que dicen que no será posible ni volver a
puerto ni alcanzar el destino.
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