Débil
o fuerte – repetía Milady – ese hombre tiene un destello
de
piedad en su alma; de ese destello haré yo un incendio que lo
devorará
(A Dumas: Los tres mosqueteros).
(...)
- ¿Cambiamos cromos?
- Te enseño los míos.
- Ese no lo tengo. Lo quiero.
- ¿Y qué me das tú a cambio?
-
Hum…Si… Ah… Recogería de tu labio esa última gota de agua
dulce y, con sumo cuidado para que no perdiera perfume, la dejaría
caer sobre las páginas de un viejo atlas. Dibujaría la gota al
estallar sobre la página impresa una flor azul, marcando con límites
livianos una novísima región que se convertiría en reino nominado
por nosotros y solo a nosotros accesible. Ampliada la zona en escala
y extendida sobre la mesa toda la cartografía disponible, yo te
seguiría día y noche hasta que alguna lágrima forzara tus ojos, da
igual por herida, por odio o por risa. Y en un tubo de cristal
purísimo preservaría esa lágrima y, desde gran altura, la dejaría
caer arbitrariamente en ese nuevo reino extendido sobre la mesa. Quedaría elegida así una ciudad, la ciudad que el destino ha fundado para encontrarnos. Y desde las murallas de esa nuestra ciudad te pediría, como quien pide un baile, el viaje a los
límites de la flor azul, el paseo por otras sendas que marcan los límites de nuestro reino. Entonces sabrás que, en todo este tiempo, solo eso he deseado. Diseñaríamos con tus ojos el brillo de las
plazas y los estanques. Y pisando con tus pies esas callejuelas y
avenidas, oliendo el perfume de los árboles cuyo nombre ignoro,
quizás una tarde me atreviera a besarte y tú, caprichosa, me dirías
que por la noche podría arroparte o frotar tus pies con colonia o
bajar a la tienda a comprar chocolates recién llegados a la ciudad.
Y bien, eso es lo que yo puedo ofrecerte a cambio de ese cromo.
- Sí, pero yo no quiero ese viaje. Deseo otro cromo. ¡Sólo me falta uno para acabar la colección!
- ¿Cromos? Hum… si, claro, estos son los que tengo: el rinoceronte y el mono, el zorro blanco del ártico y la tortuga de las Galápagos, la familia de esquimales y la niña bantú.
- ¡Pero estás bobo! ¡Esos cromos no son de mi colección! ¡No me sirven de nada tus cromos!.
- Sí, pero yo no quiero ese viaje. Deseo otro cromo. ¡Sólo me falta uno para acabar la colección!
- ¿Cromos? Hum… si, claro, estos son los que tengo: el rinoceronte y el mono, el zorro blanco del ártico y la tortuga de las Galápagos, la familia de esquimales y la niña bantú.
- ¡Pero estás bobo! ¡Esos cromos no son de mi colección! ¡No me sirven de nada tus cromos!.
(18 de agosto de 2009 - 24 de agosto de 2014)
Y pensar que a mí siempre me ha gustado que me faltara un cromo (o dos o tres) Que la colección permaneciera abierta, pues el viaje estaba allí.
ResponderEliminar(Me ha cautivado el relato coloquio)
No terminaba yo tampoco las colecciones pero, en mi caso, no había intención o gusto. En cualquier caso, recuerdo haber terminado una solicitando los cromos a la editorial. No me gustó la experiencia que tenía algo de trampa, deus ex machina o intervención desmesurada.
ResponderEliminarEl interés de la colección era la sorpresa de cada nuevo cromo. Aún veo la cara de otros amigos y mi propia expresión verbal me sale por el inconsciente, afortunadamente, cuando abríamos los sobres. Verdaderamente ese era el interés, comprarlo o intercambiar, pues en el cambio estaba la excitación: ¿tendrá los cromos que no tengo? Creo que coleccionar cromos paciente y modestamente fue de las experiencias más entusiastas que recuerdo. Y nunca competí con nadie sobre si la tenía terminada o no. Pregunta del millón: ¿Qué nos excita y apasiona de modo sencillo y envolvente, sin mayor costo ni perjuicio, en nuestros días y edad?
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