" No
hay algoritmo para salir de la tristeza, me temo. Hay salidas
variables, como las causas que la provocan. Uno las huele por
instinto, supongo. A mí me sale, como a vos, meterme en los bares y
mirar a la gente. Me siento acompañada en mis taras y protegida".
(M.M.)
Me
fundo en la niebla negra del miedo (Bicéfala)
Era
sábado ayer y hace cinco años. Final tibio de agosto treinta;
agonía de estío para los de mi oficio.
¿Las
cinco de la tarde? En efecto, has acertado. El caso es que Yo2009
habitaba
la patria del bajón en
el alma y las ganas locas de quitármelo. Un clásico de ayer y de
hoy que no puede llamarse coincidencia sino Destino. Y como decía la
bendita Lorelei Lee:
“ cuando
en la vida de una chica hay mucho destino, la chica puede estar
segura de que el Destino seguirá ocurriendo” (Anita Loos: Los
caballeros las prefieren rubias)
A
las cinco de la tarde yo allí, 2009, acababa de adquirir una
entrada para ver en el cine la película Mapa
de los sonidos de Tokio.
Me gustan los mapas, los sonidos y las imágenes . Tokio y Coixet.
Si alguien me viera por dentro (dios o alguien así) podría
testificar que yo estaba con el alma en los pies, sí, pero que esa
localización anatómica de mis deseos y anhelos la traía ya de la
Casa del Padre y de mis propias inutilidades emocionales, esas taras
que no por heredadas dejan de ser responsabilidad de uno y a nadie
más conciernen. Quede Isabel Coixet exonerada a las cinco en punto de la
tarde. En dos mil nueve y, puestos, en dos mil catorce.
La
película comenzaba a las 17:30. Como estar a la puerta de un cine
semivacío o comprar palomitas tengo por cierto que no ayudan a mi
salud emocional ni reducen la tristeza del mundo, me fui a dar una
vuelta. Me gusta andar. También me gusta el cine, los mapas, Tokio
y, últimamente, fumar cigarrillos. Vale: fumar cigarrillos me gusta
solo un poco y, además, con mala conciencia. Podría hacer un
listado de las cosas que me gustan con mala conciencia y estaríamos
un buen rato pero creo que nos saldríamos del tema y de la historia.
Solo serviría para sonrojarnos. Debo decir, para que el lector tenga
más referencias, que también hay cosas que no me gustan y de las que podría hacer otra lista. Por
ejemplo, no me gusta fumar en la calle si estoy solo y estaba solo en
2009, algún año antes de la prohibición de fumar en los bares. Por
eso, después de caminar unos diez o quince minutos entré en una
cafetería en la que nunca había estado y pedí un café con
hielo.
La camarera no me sonrió. Me preguntó seria y
servicial si quería limón y yo, en una típica espiral de paranoia
por sordera, imaginé que ella no me había oído. Soy consciente de
que a veces solo me escuchan mis labios. Repetí la instrucción más
alto y vocalizando. En menos de un minuto, tenía mi café y mi vaso
con mi hielo. Eficacia. A mi derecha, de pie como yo, había un
hombre más o menos de mi edad pero con el pelo peinado al modo tupé
en crecimiento,
a lo Elvis pero arrastrada la cima hacia el cogote, y con unas
horribles gafas de sol que le tapaban la cara. Peinado bizarro el
suyo que sonreía con mechas de color. Me miraba y leía en Interviú a las modelos desnudas.
Por un momento creí que era una macarra que quería ligar conmigo.
Reconozco que soy puro prejuicio.
Ensimismado en mis propias
miserias no fui consciente de la entrada de nuevos clientes. No había
pegado ni tres caladas a mi pitillo cuando, a mi izquierda, oí una
voz que me pedía fuego. Al levantar la vista vi a un chino con un
cigarrillo en la mano. El joven chino tenía también un cierto aire
canallesco. Después – o a la vez – de que le dejaba mi mechero,
el joven solicitó a la camarera una “copa
magno”.
Ella le sirvió el coñac y él sorbió veloz casi la mitad de la
copa, comenzando así, en una acelerada carrera contra el tiempo o la muerte, a echar monedas en la
tragaperras. Los sonidos de las tragaperras llenaron el bar y se
enlazaron amorosamente con el lienzo "Mechas
del macarra con tupé” que colgaba a mi derecha.
Lo
maravilloso tuvo lugar en ese momento. El chico chino del coñac
había dejado su casco- motorista sobre la barra. Misteriosamente
comenzó a brillar con la luz de la tarde y, al girar mi cabeza hacia
las copas y las botellas de los estantes, comprobé que también allí se había iniciado el parto de los reflejos, signo inequívoco de que
yo estaba entrando en el estadio estético y que el bajón
melancólico se iba a tomar viento en un plis-plas. La felicidad sería breve pero intensa.
La camarera me sonrío muy ampliamente, como si compartiéramos un
secreto o yo hubiese sido muy amable con ella en otra vida. La copa
de Magno, el chino que me pide fuego y el sonido de la tragaperras me
parecieron un escena antropológica encantadora, subrayada por la
bonita cara de mi camarera. Sin embargo, ni aquel día ni hoy , soy capaz de
entender la racionalidad del proceso de liberación. Llevo años en
la búsqueda del algoritmo que nos hace salir de la tristeza.
Vi
la película a las 17:30. El bajón reapareció a los quince minutos
(durante la proyección) y no porque la película fuera triste. Ver la tristeza no siempre me pone triste. No; sencillamente las imágenes y
la bella actriz no me elevaron el ánimo. ¿Es esto signo cifrado de
la decadencia nipona y de la conversión de China en el gigante
geopolítico mundial? No lo creo. En todo caso dice poco de mí que
tenga más capacidad para emocionarme un repartidor de rollitos chino
y un macarra que una bella limpiadora de pescado asesina a sueldo
estéticamente sublimada en Tokio
Por la noche, en la verbena de San Mamés, con el viento norte golpeándome la cara, interpreté
comunitariamente la conocida canción mejicana Sigo
siendo el rey.
De eso hace cinco años. Cualquiera que me conozca sabe que las
verbenas populares no son mi hábitat y que jamás bailo ni canto
públicamente. No creo, salvo en sueños, en la comunidad. Sin
embargo grité las célebres estrofas de la tonada y a punto estuve
de implicarme en el corro que se formó. Una solución desesperada,
sí, como un chute de adrenalina en el corazón del infartado. Este
método no precisa de algoritmo. Es un simple salto adelante.
Solución desesperada y muy eficaz, como la de los protagonistas de
la película fornicando en un vagón de metro parisino en pleno
centro de Tokio.
A
veces para ubicar sonidos y dibujar mapas son necesarias medidas
extremas.
Al final de la jornada, tumbado en la cama, me sentí
bien por haber salido del agujero durante un tiempo. Meses después, me apunté a un coro.
(PD:
Querida Isabel: me ayudó más en la terapia un chino macarrilla que
se toma una copa de Magnum que los sonidos de Tokio. No me ayudaste
pero, no sé por qué, te sigo queriendo. Y prometo volver a ver la
película así que pase un tiempo. Cuando ya esté tranquilo y aún
no muerto).
Burgos, 30 de agosto de 2009- 30 de agosto de 2014)