sábado, 27 de abril de 2013

Mi campana, tu campana. Sylvia, nuestros cristales y el fin del imperio yoico (1)




 "Me sentía como un agujero en el suelo"

" Hay algo desmoralizante en observar a dos personas que se excitan más y más locamente entre si, especialmente cuando la única persona que sobra en la habitación es uno mismo. Es como contemplar París desde el vagón de cola de un expreso que marcha en dirección contraria: a  cada instante la ciudad se hace más y más pequeña, solo que es uno quien se siente cada vez más  y más pequeño y más y más solitario, alejándose a toda velocidad de aquellas luces, de aquella agitación" (Sylvia Plath: La campana de cristal)


Miro la tarjeta que advierte de los límites de la tenencia. El  jueves toca devolver la campana de cristal a sus estantes públicos. Una liberación, supongo, tras la terapia de electrochoque. El libro, en su inmediata materialidad, en esa parte de atrás de la portada que es periferia del hecho literario y define el orden burocrático de una biblioteca pública,  me arrastra en la cadencia de las fechas que marcan con signos numéricos la frecuencia de la lectura. Abre la sinfonía el diecinueve de noviembre de mil novecientos noventa y ocho y la cierra el dos de mayo de dos mil trece, ese punto negro en el calendario que me ha sido asignado, como un destino. Contrasto el salto que ha lugar entre el dos de septiembre de dos mil cuatro y el veinticuatro de abril de dos mil siete. Largo hueco de casi tres años sin lectores que se ve continuado por el siguiente periodo de silencio o latencia que se expande hasta el diez de mayo de dos mil diez. Parece que en esos largos silencios la voz de Sylvia se disolvió y que el alma, de nuevo, habitó entre las cuatro paredes del sanatorio.

 Sylvia sin lectores. La campana de cristal sin aliviadero en el monte de la inmortalidad literaria. Todo libro exige su lectura constante, a imitación de coranes o biblias pero en la modalidad del aire fresco que entra por las grietas de la campana. Quiere el libro ser recitado por algo fuerte y superior que lo lleve a los oídos y a las más finas terminaciones neuronales. Provocar armonía en los blastos que anuncian la leucemia. Corregir niveles de sodio y serotonina.

 Sin embargo, el libro de Sylvia pasó casi seis años en la postración de los anaqueles manoseados. Imagino algún dedo torpe tropezando con la obra y, finalmente, no decidiéndose por ella (¿Quién sigue en el orden bibliográfico de los estantes a Plath? ¿Quién lo antecede? ¿Está cerca el cruel Platón o pertenece este a otro país? ¿No admite la meditación de Sylvia sitio entre  los pensadores? ¿No cabe Platón entre los poetas? ¿No debieran todos estar cerca de la sección médica, en la farmacopea, junto al piramidón o la penicilina, después del opio?).

 Nos dice Sylvia que, callada, ve la excitación del mundo y se siente envuelta en un juego de catalejos invertidos que la alejan de sus núcleos.


PD: Sucede, a veces, que me observo y veo en mi cercanía la excitación de una conversación o un deseo que me considera propio, que me posee. Yo soy uno de los excitados, partícipe en el juego y parte del mundo, causa de sonrisas y palabras. Estoy aquí, aceptado por mi simpatía,  bon homme. Es grato amanecer y  sentirse como en casa en el fluir de la excitación. Sin embargo, siento que algo sobra y algo falta. Y sé, con evidencia, que  soy yo el que se aleja invertido por el catalejo,  el que no tiene que estar. Es mi ausencia lo que la hermosa escena necesita para ser anuncio de una día perfecto.

 Y miro mi campana de cristal





lunes, 22 de abril de 2013

Apagando el deseo de un nuevo imperio yoico



Peñalara- Al fondo, las Mamblas

 Ese soy yo. En el fondo, si miras la imagen, verás que  habitan cachondas las dos Mamblas, teta joven y teta madura de izquierda a derecha, homenaje espontáneo de los romanos bajo la forma de palabra a no sé que  divinidades halladas en las muy diversas carnes de todas las geografías. Lo erecto que ese yo mira es pieza de piedra que se nomina castillo, el Ur- castillo de todas las Castillas,  Lara y Fernán González mediante. Historia, por lo tanto, con sabor a empresa y pillaje, imperio y ataque preventivo de los emprendores. Es ironía que la altiva cuna de la Historia Patria se eleve pétrea frente a las dos mamas, joven y vieja, igual de apetecibles ambas para los dedos del legionario del Latium jodido de frío en el invierno bárbaro.

 Yo podría conquistar el mundo pero solo soy un poeta maldito aquejado de todos los males de la apostasía que no pronuncia su nombre. Uno de esos que lo vio venir - me refiero, claro, a la llegada de los soldados y a las muchas salidas de ellos - pero optó por  quedarse de esquinera mudita para abrirse de piernas a todos los amos. Yo redactaba cánticos versolibristas en la época de los romances. Y así durante milenios, si es cierto eso de que Castilla es milenaria o, por lo menos, eterna. Maldito yo en los pies de la peña, conservando vaga e ineficaz la memoria de los castros y los dólmenes, siglo a siglo, surco a surco, esquilando putas ovejas, portaaviones de millones de mosquitos y chinches del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

 El yo que mira todo se droga con ensoñaciones de sol y viento, hierbas espesas y dientes de león. Se deja poseer en activo por el vuelo de dos buitres que buscan las térmicas y se lanzan a la burla de Newton. Pero no puedo negar que ese yo que jamás renunciará a sus ojos - que no es místico, cojona, sino psiconauta - ni a su conciencia de los enlaces y engaños con los que deja gozar su alma a medio camino de las dos mamblas y la ruina cachonda de viejos conatus imperiales.

 El de la foto soy yo, no lo olvides L, y esa soberbia con la que miras es rescoldo de una muy vieja historia que inicio un legionario del Lazio.


lunes, 15 de abril de 2013

Día 15 -1 (de marzo + 1). Se busca Neofamilia Real



Luca Giordano: Alegoría del Toison de Oro 
(Casón del Buen Retiro)


 Me digo que, puestos en faena Neoconstitucional, podríamos debatir si la familia Borbón es la más adecuada para ocupar el trono. Vale que la monarquía es le mejor de los sistemas pero, si es cierto que la historia ha terminado con el triunfo del modelo liberal y, por consiguiente, la idea de la continuidad histórica ha perdido su significado metafísico, ¿no deberíamos, sin más, elegir para el puesto de máxima dignidad a la familia que realmente más méritos nos pueda ofrecer en una proyección de futuro? Porque, biotecnología mediante, podríamos encontrar en el solar patrio alguna familia de ADN impoluto y cartografía génica que exaltara los grandes valores exigidos para el cargo:

a) Simpatía contenida  a la par que sincera. El carácter campechano solo es adecuado para las estirpes rancias, tratadas con conservantes y edulcorantes, que simulan trasiego de majos y majas para  darporculoconpalabrasdelpuebloperosinelpueblo. En la etapa neoconstitucional debemos decir que estamos cansados de la campechanía y el humor grueso patrimonio, como se sabe, de la extrema derecha (siempre ella republicana a pesar de las apariencias). El humor, por favor, siempre fino, para público familiar.
 b) Aire de término medio pasado por las manos de un estilista políticamente correcto. No debemos pasarnos, después de lo visto en la historia, a una Familia Real de entes guapos como estatuas de pasarela. No, nada de resentimientos ni rencores. La representatividad ejemplar  exige la media estadística que toma como universo el total de los ciudadanos. Por su parte, la dignidad que corona esa representación del pueblo, exige el paso por la peluquería, la buena percha para lucir ropas discretas y la capacidad para leer textos sin levantar al personal en apasionada marea fanática pero, al menos, con una vocalización inteligible.

Por otro lado, a través de un test psicotécnico elaborado por las mejores universidades de todas las naciones que forman la nación de naciones que debe coronar la nueva familia, contrastaremos su formación y lo que en la moderna pedagogía se denominan las competencias básicas




La competencia de aprender a aprender, tan importante en la socialización ciudadana, es muy recomendable para el oficio. Desde luego, denotaría insuficiencia si, ante los previsibles errores, se dijera simplemente: "Lo siento mucho. Me he equivocado. No lo volveré a hacer". Hay que aprender de los errores y, sobre todo, demostrarlo con, al menos, la creación de una plaquette de poemas, un ensayo filosófico y alguna aportación plástica que se ubique como recuerdo en alguna fuente.

 A estas competencias añadimos, al menos, una más: la competencia filosófica y ética. Un monarca - o, casi mejor, una reina madre -  con un aparte de melancolía y una ética del cuidado que abarcara a todos los seres vivos, siempre es joya de corona. Digamos que ese componente panteísta daría un barniz de religiosidad a la nueva familia real que, de suyo, tampoco debe exagerar su pertenencia a una religión  concreta de las del mercado.

En fin, los miembros de la Nueva Familia reinará a partir del día en que se firme la Neoconstitución por el presidente de la República, convencidos todos de que en nuestro país de países la monarquía es consustancial. Solo la república puede dar lugar a la Neomonarquía. 

 La Primera Familia Española presentará tu candidatura al trono del ImperioPanEuropeo. Hay posibilidades, ciudadanos.Y hay trayectoria para dibujar un proyecto común esperanzador. Se nos vuelve a abrir la senda del Imperio.

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En fin, solo quiero aportar mis pobres ideas al debate sereno que en estas fechas se mantiene en nuestra piel de vaca. Dimito sin compensación ni finiquito de mi trabajo de consejero. Pobre, me retiro a la buhardilla más humilde de la más polvorienta de las ciudades.

jueves, 4 de abril de 2013

palabra sin dios

 


palabras circundan como pieles rojas mi cabeza 

    Si mis palabras fuesen piedras, podría construir una alta torre circular en cuyo interior acamparía con todos mis cachivaches extranjeros. Desde el fondo de la torre, en el extremo de un pozo que nace en el cielo, sería capaz de contemplar todos los meteoros y el sol, la nieve y el granizo me cubrirían la cabeza para inspirar alguna bonita historia. Si mis palabras fuesen piedras y yo albañil sin ínfulas arquitectónicas, nadie podría entrar en mi torre porque carecería de puertas y  ventanas. Si, por azar,  una ninfa escaladora llegara hasta la cima de mi atalaya invertida, en el fondo solo contemplaría la negrura de lo muy profundo, ecos con su voz y otras ausencias de límites de esas que gustan a los exploradores.

 Si mis palabras fuesen piedras, podría lapidar a los lapidadores, convertirme en el apóstol que viene del desierto dispuesto a amargar la tarde en nombre de la justicia teñida de sangre. Los que sufren saben que es fácil herir las pieles más finas de la comarca y siempre hay cuchillos dispuestos a la carnicería. Son legión y turba los demonios que arrasan campos y esperanzas, dejando a su paso polvo seco en la boca y oraciones lanzadas al viento pidiendo a los vacíos de la miseria la llegada del ángel de la venganza. Mis ojos, irritados por el simún, serían la respuesta a vuestras oraciones si mis palabras fuesen piedras.  Lapidaría las cuchillas oxidadas de los violadores de almas.  Dice la ley que  es preciso, de vez en cuando, recordar con sagradas violencias que hay cambios de destino y que las heridas que infringen serán especularmente multiplicadas por la venganza que viene del desierto, del fondo del océano o de Aquello que las nubes ocultan en el cielo.

 Si mis palabras fuesen piedras....

 No son mis palabras sino golpes de aire tibio. Ni hielo ni fuego ni agua ni huracán ni mineral. Nada más que una brisa invisible y tan delicada que ni nombre merece. Ese pequeño movimiento que hace caer tu pelo sobre la cara sin incitar a la sospecha de que hay alguien a tu lado. Una mota de polvo o una liendre  en la cabellera salvaje del que lapida a la adúltera. Son mis palabras ángel discapacitado, pieza inmóvil del ictus, apopléjica respiración del retrasado al que en la calle apredrean.


 No son mis palabras piedras ni pistolas. Como cuando era un niño, juego a ser el pistolero más rápido del Oeste y desenfundo los revólveres que cuelgan invisibles de mis caderas. Hago justicia en el Saloon liberando de paso a las bailarinas que traen las últimas novedades parisinas. El can-can, la sífilis y la ternura de una mirada al vacío.

martes, 2 de abril de 2013

AROMA DE VAINILLA (ISABEL MARTÍNEZ BARQUERO)


Aroma de Vainilla (Isabel Martínez Barquero) 




No exijo mucho,
 sólo un microscópico
 espacio donde vivir 
al margen de rencores
(Aroma de Vainilla)

 Querida Isabel:

   Las afinidades pueden constituirse al margen de los estilos y de las voces que, quizás, nos separan. A priori, desde la sinvergüencería que aromatiza la plataforma de emplazamiento en la que uno escribe y mal escucha,  la historia  de una familia murciana no sería de mucho interés para la Bicéfala. Acostumbrada la tortuga a sus ritos de alambre y óxido lento, el estilo fluido de  Mercedes Ortega Abellán - la narradora de tu novela - está muy al margen del mundo de la Tortuga. La estepa burgalesa no es la huerta murciana.  Sin embargo, huele tan bien en tu historia, Isabel, que cualquier olor a borrachera, vómito, corrida o sangre queda al margen. Digámoslo de una vez, aunque pierdas lectores: tus personajes no fornican como conejos aunque, ay, las hembras sí se preñan como conejas en la primera y única ocasión en que  la excitación contenida se expande con olores almizclados. Ese sexo tan reproductivo....¿no está en los márgenes de lo actual? Esa inactualidad es una de nuestras afinidades...

 Las afinidades se tejen al margen de los estilos y, en el caso, se edifica en el espíritu de la Tortuga como envidia por  la prosa fluida. Sí, Isabel, me enlaza con tu estilo el deseo por una habilidad que no poseo, el espíritu narcótico de esa narración que sigue su curso a pesar de mis  intentos macarras de encontrar fisuras en la historia, descontextualizaciones, modos demodé, huellas de dedazos grasientos que desvelen que en la tienda de Don  Segundo Ortega se venden no solo aromas del mundo y espíritus de flores sino chorizo y vino picado. Intento encontrar decepciones, Isabel, pero las palabras de tu  Mercedes buscan sus recodos y sus rápidos mirándome con altivez. Más chula que un ocho, tu prosa, Isabel es obstinada como Doña Julia o Mercedes.Me trata con desaire y eso, colega, me hace adicto a todos los aromas.... Ese desaire es vida.

Dice Mercedes: 
"Qué gran sorpresa se va a llevar mi hija cuando llegue el postre, porque espero asombrarla, despertar en su espíritu una pequeña sonrisa interior. Los sabores que siempre nos han gustado la suelen producir y Berta precisa estímulos que la sacudan, que le recuerden que la vida puede llenarse de sentido en cualquier momento" 

¿Es fácil llenar de sentido esta vida? ¿Es suficiente con el aroma de la vainilla y todas las otras especias? La moralidad  que encontramos en una primera parte de tu libro está marcada por la obstinación, palabra suave que esconde y tapona algo mucho más fuerte: obcecación, cabezonería, voluntarismo rigorista, puritanismo egocéntrico. En mi opinión tu "obstinación sin fin" es suave vocabulario que redescribe la maldad intrínseca de los comportamientos de Julia Abellán con Don Segundo, el rigor irracional e inmoral del "pacto de sinceridad" que llevó a Segundo Ortega  al onanismo, solo o en compañía de otros (Regina o Berta o sus libros). Pero también obstinación es la crueldad (¿inconsciente?) de Segundo abandonando a la Echá Palante u olvidando, tras un único coito,  a Brígida, ambas cosificaciones  sustitutivas de la maldita Julia. Pero no solo Julia o Segundo: es obstinación de Mercedes su huida a las ciudades y  su negativa a aceptar a Don Felix en los términos de su liberalismo y la actitud de este último al negar el pan y la sal a la muy enamorada Mercedes hasta que nace su hija - y solo en la presencia de su carne. Y, a pesar de todo, la narración exonera esas conductas y no podemos sentir sino simpatía y afinidad con ese mal... 

 El mal, Isabel, habita en tu  Aroma de Vainilla de un modo subterráneo. En ocasiones las especias sirven para ocultar el mal olor de la carne o las corruptelas de nuestros principios morales.Creamos micromundos en los que aislamos, como en un laboratorio,  nuestras pequeñas crueldades

Tanto era el amor que le profesaba, tan acaparador y tan violento, que no toleraba presencias femeninas en la existencia de su amado, aunque fuesen remotas y anteriores a su llegada
  su amor frustrado por Segundo; ese amor que se había vuelto extraño y oscuro, ajeno a las palabras dulces y a los signos amables, próximo sólo a los reproches por no haber alcanzado la cima a la que estaba destinado; ese amor que no la abandonaba en su deforme furia y que le salpicaba con sus miasmas todas las facetas de su carácter
Tu prosa, Isabel, limpia y adictiva, suave,  fluye en mi mirada como las viandas soberbias que decoran la mesa en una día de fiesta . O los flanes que endulzan los postres. Mantiene las formas y la forma, con un aire de romanticismo decimonónico que, sin embargo, nos sigue mostrando lo siniestro de la saga. Mercedes, dice, respecto a su hija, que  actuaría con una alegría fingida y emuladora. No era mi deseo marcarla con los estigmas del resentimiento. Lo mismo sucede con tu prosa: la fábula engancha como una vieja droga. La botica nos afecta mientras vemos como el lado oscuro recorre los tiempos mientras se mantienen las formas.

Debo reconocer que el primer apartado (La obstinación sin fin) me parece más intenso que el segundo. Me embobó su construcción en vaivén, como si las palabras que van contando la historia al margen de la linealidad imitaran el aroma de las especias. Quizás Mercedes es incapaz de crear una mitología tan potente sobre su vida como la que había dibujado en lo que respecta a sus padres y abuelo. O quizás es que Julia puede vivir en una burbuja de obstinación que "ennoblece" sus actos porque vive aún en el siglo XIX,  mientras que Mercedes debe buscarse la vida en las ciudades y el principio de realidad rompe la morbosidad de la tradición de las Abellán. No sé. Tampoco tengo claro que si mi mayor interés por la primera parte tenga un sentido objetivo dado que tu prosa, Isabel, engancha en su ritmo y soltura desde el primer momento. En todo caso, sí quisiera resaltarte una experiencia que no termino de explicar y que no sé si es buscada o espontáneamente nacida en tu texto (o en mi lectura). Mientras leía los dos primeros libros me decía: qué modo tan particular de describir el mundo de los Ortega Abellán  al margen del contexto histórico y social. Parece que los personajes viven en una burbuja cristalina. En ocasiones me dije: ¿no será todo esto un tablado de marionetas que Isabel instrumentaliza para demostrar su talento como escritora, su efectiva capacidad de dibujante? ¿Cómo puede ser, me decía, que el nivel de renta de la familia sea un fondo oscuro siempre posibilitando el bien vivir cuando se dice, desde el inicio, que la familia está en franca decadencia al salir Don Segismundo de Lorca? Por otro lado, si Merceditas es concubina de Don Felix, ¿cómo acaba por heredar la casa? Una mujer marcada por su querido liberal (o libertario), ¿puede salir de rositas del conflicto bélico?. Sin embargo, bruscamente, en la tercera parte, la burbuja de intimidad y la "feminidad" del aroma de las especias se rompe cuando Berta y Rafael comienzan a sentir los hachazos de la maldita sociedad intolerante. La violencia del estallido del "movimiento narrativo" es importante. Da un sentido al conjunto como si se acumulara el precio a pagar por el orgullo de la familia y se precipitara la vía de los pequeños mundos.

 Dices en un primer momento:
El destino juega con nosotros como quiere y, en su juego caprichoso, nos lanza a orillas de mares muy próximos a nuestro propio océano. 

Sin embargo, el destino acaba - en la parte final del libro - convirtiéndonos en pecios en una isla distante a la creada por Doña Julia. El mundo jode a los hijos de Mercedes sin compasión y, creo, los anula, rompe la sangre fuerte que heredó la hija de Doña Julia. El exterior gana. Un cartero loco y una maestra. Todo se hunde quebrando el espíritu del aroma de la vainilla....Pero es aquí donde, de un modo brillante, la obstinación deja de ser un mal y se concilia con el sentido común  a través de la estética de lo cotidiano. Hay que tomar las riendas de la vida sabiendo que estamos en mundos pequeños que deben dejar aire a las grandes ilusiones.

 Dices: 
De esa manera, me convertí en una mentirosa que ensamblaba artificios sobre una base cierta, en una fabuladora de mi propia vida. Consideraba que eran ardides necesarios para mantener la calma familiar (...)
   No hablemos de esto nunca más, nunca. No hablemos, no vaya a ser que a mí se me escape la lengua y cuente lo que merece ser callado (....)
Debía despertarla del letargo que inocula la desgracia, de la autocompasión de los débiles, del magnetismo de las visiones destructivas y negadoras. los humanos sumidos en la desesperación vuelven a retomar el gusto por la vida de una forma tímida y apenas perceptible. Comienzan apreciando el sabor de un alimento, la luminosidad de una mañana, la calidez de una manta o el alivio de una compañía que los sostiene. Poco a poco y de manera titubeante, como un bebé que se cae innumerables veces antes de conseguir mantenerse firme, amplían los motivos de su gozo, en principio siempre simples y elementales. Y tras un período de claroscuros donde se derrumban y se levantan, donde se desesperan y remontan, un buen día, sin apenas darse cuenta, su interior deja de oprimirlos continuamente y los lanza de nuevo al juego agridulce de la vida.
Resuelves bien el contraste y la obstinación, convertida en voluntad de felicidad, cierra la historia.

   En fin Isabel, me gustó tu novela y quise compartir con mis torpes espamos la envidia que me convierte en un afín, eso que debe ser el lector. Enhorabuena y siga fluyendo la palabra que, con suavidad de aroma y caricia, pela y aligera la pátina opaca que el abandono deposita sobre todos los objetos no mimados


Luis


 Nota; Los textos en cursiva son de Isabel Martínez Barquero: Aroma de Vainilla.

Blog de Isabel: Cobijo de una Desalmada

 Río Saja Si de la escritura restara   todas las mierdas de mi vida, la queja y la decepción frente al destino, el maldito yo en su aspect...