Aroma de Vainilla (Isabel Martínez Barquero)
No exijo mucho,
sólo un microscópico
espacio donde vivir
al
margen de rencores
(Aroma de Vainilla)
Querida Isabel:
Las afinidades pueden constituirse al margen de los estilos y de las voces que, quizás, nos separan. A priori, desde la sinvergüencería que aromatiza la plataforma de emplazamiento en la que uno escribe y mal escucha, la historia de una familia murciana no sería de mucho interés para la Bicéfala. Acostumbrada la tortuga a sus ritos de alambre y óxido lento, el estilo fluido de Mercedes Ortega Abellán - la narradora de tu novela - está muy al margen del mundo de la Tortuga. La estepa burgalesa no es la huerta murciana. Sin embargo, huele tan bien en tu historia, Isabel, que cualquier olor a borrachera, vómito, corrida o sangre queda al margen. Digámoslo de una vez, aunque pierdas lectores: tus personajes no fornican como conejos aunque, ay, las hembras sí se preñan como conejas en la primera y única ocasión en que la excitación contenida se expande con olores almizclados. Ese sexo tan reproductivo....¿no está en los márgenes de lo actual? Esa inactualidad es una de nuestras afinidades...
Las afinidades se tejen al margen de los estilos y, en el caso, se edifica en el espíritu de la Tortuga como envidia por la prosa fluida. Sí, Isabel, me enlaza con tu estilo el deseo por una habilidad que no poseo, el espíritu narcótico de esa narración que sigue su curso a pesar de mis intentos macarras de encontrar fisuras en la historia, descontextualizaciones, modos demodé, huellas de dedazos grasientos que desvelen que en la tienda de Don Segundo Ortega se venden no solo aromas del mundo y espíritus de flores sino chorizo y vino picado. Intento encontrar decepciones, Isabel, pero las palabras de tu Mercedes buscan sus recodos y sus rápidos mirándome con altivez. Más chula que un ocho, tu prosa, Isabel es obstinada como Doña Julia o Mercedes.Me trata con desaire y eso, colega, me hace adicto a todos los aromas.... Ese desaire es vida.
Dice Mercedes:
"Qué gran sorpresa se va a llevar mi hija cuando llegue el
postre, porque espero asombrarla, despertar en su espíritu una pequeña sonrisa
interior. Los sabores que siempre nos han gustado la suelen producir y Berta
precisa estímulos que la sacudan, que le recuerden que la vida puede llenarse
de sentido en cualquier momento"
¿Es fácil llenar de sentido esta vida? ¿Es suficiente con el aroma de la vainilla y todas las otras especias? La moralidad que encontramos en una primera parte de tu libro está marcada por la obstinación, palabra suave que esconde y tapona algo mucho más fuerte: obcecación, cabezonería, voluntarismo rigorista, puritanismo egocéntrico. En mi opinión tu "obstinación sin fin" es suave vocabulario que redescribe la maldad intrínseca de los comportamientos de Julia Abellán con Don Segundo, el rigor irracional e inmoral del "pacto de sinceridad" que llevó a Segundo Ortega al onanismo, solo o en compañía de otros (Regina o Berta o sus libros). Pero también obstinación es la crueldad (¿inconsciente?) de Segundo abandonando a la Echá Palante u olvidando, tras un único coito, a Brígida, ambas cosificaciones sustitutivas de la maldita Julia. Pero no solo Julia o Segundo: es obstinación de Mercedes su huida a las ciudades y su negativa a aceptar a Don Felix en los términos de su liberalismo y la actitud de este último al negar el pan y la sal a la muy enamorada Mercedes hasta que nace su hija - y solo en la presencia de su carne. Y, a pesar de todo, la narración exonera esas conductas y no podemos sentir sino simpatía y afinidad con ese mal...
El mal, Isabel, habita en tu Aroma de Vainilla de un modo subterráneo. En ocasiones las especias sirven para ocultar el mal olor de la carne o las corruptelas de nuestros principios morales.Creamos micromundos en los que aislamos, como en un laboratorio, nuestras pequeñas crueldades
Tanto era el amor que le profesaba, tan acaparador y tan
violento, que no toleraba presencias femeninas en la existencia de su amado,
aunque fuesen remotas y anteriores a su llegada
su amor frustrado por Segundo; ese amor que se había
vuelto extraño y oscuro, ajeno a las palabras dulces y a los signos amables,
próximo sólo a los reproches por no haber alcanzado la cima a la que estaba
destinado; ese amor que no la abandonaba en su deforme furia y que le salpicaba
con sus miasmas todas las facetas de su carácter
Tu prosa, Isabel, limpia y adictiva, suave, fluye en mi mirada como las viandas soberbias que decoran la mesa en una día de fiesta . O los flanes que endulzan los postres. Mantiene las formas y la forma, con un aire de romanticismo decimonónico que, sin embargo, nos sigue mostrando lo siniestro de la saga. Mercedes, dice, respecto a su hija, que actuaría con una alegría fingida y emuladora. No era
mi deseo marcarla con los estigmas del resentimiento. Lo mismo sucede con tu prosa: la fábula engancha como una vieja droga. La botica nos afecta mientras vemos como el lado oscuro recorre los tiempos mientras se mantienen las formas.
Debo reconocer que el primer apartado (La obstinación sin fin) me parece más intenso que el segundo. Me embobó su construcción en vaivén, como si las palabras que van contando la historia al margen de la linealidad imitaran el aroma de las especias. Quizás Mercedes es incapaz de crear una mitología tan potente sobre su vida como la que había dibujado en lo que respecta a sus padres y abuelo. O quizás es que Julia puede vivir en una burbuja de obstinación que "ennoblece" sus actos porque vive aún en el siglo XIX, mientras que Mercedes debe buscarse la vida en las ciudades y el principio de realidad rompe la morbosidad de la tradición de las Abellán. No sé. Tampoco tengo claro que si mi mayor interés por la primera parte tenga un sentido objetivo dado que tu prosa, Isabel, engancha en su ritmo y soltura desde el primer momento. En todo caso, sí quisiera resaltarte una experiencia que no termino de explicar y que no sé si es buscada o espontáneamente nacida en tu texto (o en mi lectura). Mientras leía los dos primeros libros me decía: qué modo tan particular de describir el mundo de los Ortega Abellán al margen del contexto histórico y social. Parece que los personajes viven en una burbuja cristalina. En ocasiones me dije: ¿no será todo esto un tablado de marionetas que Isabel instrumentaliza para demostrar su talento como escritora, su efectiva capacidad de dibujante? ¿Cómo puede ser, me decía, que el nivel de renta de la familia sea un fondo oscuro siempre posibilitando el bien vivir cuando se dice, desde el inicio, que la familia está en franca decadencia al salir Don Segismundo de Lorca? Por otro lado, si Merceditas es concubina de Don Felix, ¿cómo acaba por heredar la casa? Una mujer marcada por su querido liberal (o libertario), ¿puede salir de rositas del conflicto bélico?. Sin embargo, bruscamente, en la tercera parte, la burbuja de intimidad y la "feminidad" del aroma de las especias se rompe cuando Berta y Rafael comienzan a sentir los hachazos de la maldita sociedad intolerante. La violencia del estallido del "movimiento narrativo" es importante. Da un sentido al conjunto como si se acumulara el precio a pagar por el orgullo de la familia y se precipitara la vía de los pequeños mundos.
Dices en un primer momento:
El destino juega con nosotros como quiere y, en su juego
caprichoso, nos lanza a orillas de mares muy próximos a nuestro propio océano.
Sin embargo, el destino acaba - en la parte final del libro - convirtiéndonos en pecios en una isla distante a la creada por Doña Julia. El mundo jode a los hijos de Mercedes sin compasión y, creo, los anula, rompe la
sangre fuerte que heredó la hija de Doña Julia. El exterior gana. Un cartero loco y una maestra. Todo se hunde quebrando el espíritu del aroma de la vainilla....Pero es aquí donde, de un modo brillante, la obstinación deja de ser un mal y se concilia con el sentido común a través de la estética de lo cotidiano. Hay que tomar las riendas de la vida sabiendo que estamos en
mundos pequeños que deben dejar aire a
las grandes ilusiones.
Dices:
De esa manera, me convertí en una mentirosa que ensamblaba
artificios sobre una base cierta, en una fabuladora de mi propia vida.
Consideraba que eran ardides necesarios para mantener la calma familiar (...)
No hablemos de esto nunca más, nunca. No hablemos, no vaya a
ser que a mí se me escape la lengua y cuente lo que merece ser callado (....)
Debía despertarla del letargo que inocula la desgracia, de
la autocompasión de los débiles, del magnetismo de las visiones destructivas y
negadoras. los humanos sumidos en la desesperación vuelven a retomar el
gusto por la vida de una forma tímida y apenas perceptible. Comienzan
apreciando el sabor de un alimento, la luminosidad de una mañana, la calidez de
una manta o el alivio de una compañía que los sostiene. Poco a poco y de manera
titubeante, como un bebé que se cae innumerables veces antes de conseguir
mantenerse firme, amplían los motivos de su gozo, en principio siempre simples
y elementales. Y tras un período de claroscuros donde se derrumban y se
levantan, donde se desesperan y remontan, un buen día, sin apenas darse cuenta,
su interior deja de oprimirlos continuamente y los lanza de nuevo al juego
agridulce de la vida.
Resuelves bien el contraste y la obstinación, convertida en voluntad de felicidad, cierra la historia.
En fin Isabel, me gustó tu novela y quise compartir con mis torpes espamos la envidia que me convierte en un afín, eso que debe ser el lector. Enhorabuena y siga fluyendo la palabra que, con suavidad de aroma y caricia, pela y aligera la pátina opaca que el abandono deposita sobre todos
los objetos no mimados
Luis
Nota; Los textos en cursiva son de Isabel Martínez Barquero: Aroma de Vainilla.