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sábado, 8 de agosto de 2015

De cómo entré en la leyenda






No hay palabras que expliquen la salida de este sol que me anunciaron tal cual en el viaje hacia un horizonte de salvaje oeste. Nadie comenta tampoco el temblor en mis dedos de campesino que se ve forzado, una vez más, a ser fuerte. Disparo y, al otro lado de la calle, el aire recalentado por la bala ni siquiera hace temblar a ese que llaman pistolero. Risas de fondo al sentir, más que ver, la orina en mis pantalones. Cuatro metros más a la derecha, gritan los borrachos. Sé que esas risas son las mismas que acompañaron mis primeros pasos de paleto en el puerto atlántico. Y al perder el tren o ser escupido en la taberna. Segundos nada más y mi dedo inconsciente en su venganza lejana golpea de nuevo el gatillo. El peligroso hombre cae con un agujero en el ojo, otro ojo haciéndose un sitio en la espesura de su cerebro sin encontrar cartas de propiedad. No hay ley, dijeron, y el caos silencioso acompaña ahora la caída leve del cuerpo en la tierra húmeda de noche. Él, invencible, ha sido derrotado por el torpe David. Esta ha sido siempre tierra de religión. Todos callan y mi revólver se encasquilla ahora que ya para nada sirve. Alguna vez tenía que tener suerte, alguna vez mi anonimato entraría a formar parte de las leyendas, según me prometieron.

sábado, 18 de julio de 2015

vida como calle te advienes



  (él) sube y baja la calle sin buscar nada entre las rendijas que, en aquella puerta o esta ventana, entre las baldosas de la acera o en las quiebras del asfalto, anuncian que otra cosa es aún posible pensar y sentir, y que, por ello, lo que ahora angustia su mente es bobada o tontería, falsa imagen de caverna, vestigio de un mundo irreal que le lleva por el camino de la amargura...

...  sí, así es, y con todo, esa sombra que emborrona su mente  es digna de piedad siendo como es  la imagen mentirosa, un error y una cartografía deformada por la borrachera y el miedo del marino. Compasión, pues, para ella y para todos aquellos que cayeron en la tentación y en el mal y en los espejismos,  porque toda esa putrefacción corrobora la  marca de lo importante, el precipitado y  el  nombre de la astucia que fue brújula de Ulises: mis errores son mi alma toda - dice -, figura o fondo de toda la verdad que está dispuesta a mi alcance en este subir y bajar la calle...

... y (él) vencerá la ira en el subir y bajar. Es pronóstico y destino que romperá la tristeza de los ojos y dejará que la proverbial sonrisa que a nadie pertenece, enjabone la bella música que ahora en su alma se inyecta.

sábado, 21 de marzo de 2015

la muerte del filósofo



 Nos dice el que se postuló como autor y hasta artista, filósofo incluso:

  Observo una estructura seca de lo que fue planta y contrasto su ramificación fractal. Está ahí, enfrente de la taza del váter que ahora ocupo, con vocación de adorno del tipo flores secas o algo por el estilo.  Ahí está,  ante mi,  la pauta reiterándose de un modo tedioso que, ni siquiera, tiende al infinito.
  En la calle los humanos  pierden la riqueza de su variabilidad y representan, como en un teatrillo de marionetas, esterotipos fácilmente detectables, personajes ya vistos que hacen bramar  contento al público. En las aceras los chicos jóvenes dialogan en conversaciones propias de la mala literatura y, en el mejor de los casos, se me muestran como los personajes de alguna vieja zarzuela. Anda y que te ondulen...
  Asisto al un partido de baloncesto. En el pabellón miles de aficionados hacen la ola o comen bocadillos, Los niños entran en vórtices de alagarabía subiendo y bajando peligrosas escaleras empinadas. Me incomodan, Gruño sintiéndome un ejemplo de señor gruñón. Mi hijo me aconseja: son niños. Yo solo puedo pensar en que todos los presentes morirán y que la conciencia, tan amada, se perderá sin metáfora blade runner. Un apagón. Pluff.
  No hay lugar ni hábitat protegido en el alma para la sorpresa porque ya la visión de la pauta y la reiteración de lo mismo no me saca extáticamente de la podredumbre de mi edad carnal.

 El filósofo, ajeno a la maravilla del mundo que tilda, ahora sí, de espectáculo de tedio, hunde todo su esfuerzo intelectual en cada una de sus arrugas. No sabe cuál será su tarea

 Ha muerto el filósofo. O, qué vamos a ocultar, la muerte triunfa otra vez, otra vez, otra vez, Esa es su desapasionada pauta. El logos de una sociedad que ya solo debería exigir una "Crítica de la Razón Drogada".

sábado, 15 de febrero de 2014

Inercia de los engranajes (el futuro)






Estoy muerto. Nadie lo sabe. Todos mis movimientos son la inercia de los engranajes que, desde el inicio, me han querido meter en vereda.  Es extraño sentirse muerto o, precisemos, que el mecanismo que nos sobrevive genere la fantasía de vivificar al muerto que lo habita. Tengan en cuenta que esta mi conciencia de la aniquilación no es propiamente mía sino, en pura lógica, algún tipo de grabación, programa autónomo o mensaje al futuro de la carcasa que sobrevivió. Yo no tengo nada que decir. Ni posibilidad de veras.

 Creo que mi muerte la provocó el miedo a convertirme en uno de esos seres que, por efecto de un potente veneno o una disfunción cerebral, acaban siendo vivos a los que todos toman por muertos. El fulano se da cuenta de todo y, mientras tanto, le pasan revista el forense, los servicios funerarios, las mujeres del pueblo o los seres queridos. La caja se cierra y la tierra cae en el horror que se ahoga en el silencio y la inmovilidad. Seguramente ese terror es una de las raíces de mi mal. Por ese terror abandoné el aliento vital y me quedé muerto aunque, de cara al exterior, siguiera con lo mismo de siempre. La máquina negó la posibilidad misma de la muerte del fantasma que la habitaba y siguió con sus ritos. Y la gente mira mi despojo y aseguraría ante cualquier que lo pidiera, juicio de Dios incluido, que yo estoy aquí, con ellos, que les he amado no hace tanto, que en mis gestos mostré sensibilidad y aprecio.

Durante horas miraba  una mancha en la pared y los seres queridos me diagnosticaron melancolía. ¡Qué cosas! Esto que me sobrevivió creo que ha sido más amado en estos últimos tiempos  que lo que lo fue nunca  esa mi alma ahora muerta. Pero da igual. Nos preguntamos si encontraba el despojo interesante la mancha. No hay respuesta.  Para el caso podía ser simplemente un punto al azar elegido por la mecánica del cadáver inconsciente y timador. No significaba nada. Pero se hizo querer y despertó amor y lástima. Así, se llevaron al fantasma invertido, autómata o chatarra tan querida,  a un bonito balneario y su voz enlatada parece que dijo: "Hubiera sido este un buen sitio para venir contigo  cuando estaba vivo". La frase le sirvió al doctor para diagnosticar la alienación con un detalle más lindo.

 El muerto que soy va haciéndose hueco en la simplicidad de las respuestas automáticas. A veces, aunque me echen moneda, no respondo y lanzo al aire una mirada como de vidrio que, ay, siguen confundiendo con la lágrima. No me importa el malentendido porque, muerto, todo se relativiza. Pero tampoco puedo negar las evidencias. Estoy muerto. Fue el miedo el que incitó mi apagamiento. Es mi voz, ahora, la inercia de un viejo castillo lleno de artilugios. En bucle, sonarán en la cabeza del despojo que me sobrevive estas verdades inerciales. Se sentirá ser espiritual que, a pesar de estar muerto, leerá los versos que hablaban del "polvo enamorado".

Muerto en el canapé reservaremos plazas para cualquier viaje. Acompañarás al muerto, ¿verdad que no te importa?

martes, 24 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad (y 3)

Ni  el ganar ni el perder cierran la partida. Nunca se gana ni se pierde del todo en el camino.  Esas eran las cartas que tratamos de jugar. Malas cartas que  sacrificarían en su altar las mejores voluntades, el nunca más que entonó sincero ante su amante al salir de casa.  Pero el jugador no puede vencer la excitación que le supone imaginar cuáles serán las bazas de los otros, la ilusión de contemplar, en el centro de su mente, las constelaciones de cartas distribuidas en la mesa y arropadas por la apuesta de su sangre. Falla la cartografía y gana la banca del demonio, se sabe, sin perder nunca la esperanza. Derrotado por  la falta de liquidez -  él no ha elegido salir de la timba sino que ha sido expulsado-   encara la fría calle  y entona una hallelujah rabínico, a cold and broken Hallelujah .

Una mujer, cubierta con un velo su cabeza, enciende una vela en el altar cuando el jugador derrotado entra por la puerta sin un jodido euro en la cartera.

Y el hogar  entona un frío y roto aleluya.

Aleluya al fin y al cabo.

Y eso, amigos, que haya un hogar al final de las caídas, eso es la navidad.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Cuento Navideño (2)

 Un par de manos más y se va a casa. Pero no de cualquier modo. En su hogar él  es el  Ludópata y, como todo adicto descrito con palabras esdrújulas de más de tres sílabas, es mirado con una  mezcla de desprecio y conmiseración. Por eso sale de casa fingiendo citas de trabajo, engaña a su padrino de A A, y acaba en alguna timba.  Las cartas esconden siempre un as de triunfo y el aroma de la Jugada Perfecta. Hoy su sombra le decía que la suerte  le estaba engañando con otros,  pierdes más de lo que gana en un mes, so capullo;   o, tal vez  en  un año, susurró él entre dientes .  Pero el jugador sabe que la Jugada Perfecta se oculta siempre detrás de la mala racha y su sombra no sabe de esas reglas. Hoy podrá llegar a casa con el triunfo entre las piernas y en la cartera. Un par de manos más y hará el amor a su amiga como hace tiempo que no lo haces, cariño. Un par de manos más y la Jugada Perfecta abrirá el cuerno de la abundancia en el rostro ansioso de sus hijos que verán llegar al desastre de su padre con diez mil cajas de regalos fantásticos. Y de sus rostros saldrá ese amor que, a veces, tan dulce sabe.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Cuento navideño (1)

 Finalmente aceptará que esas eran sus cartas. No sabe cuánto poder detentan porque, con la sorpresa,  ha  olvidado de que hay otros jugadores en su misma Partida. Una voz grita, unas mesas más allá,  hagan juego.  Intuye que las malas cartas encierran su propio as si  otros las tienen peores.  O si , en el farol, disimulan y disparan  miedo al contrincante, cuerpo interpuesto  que protege el corazón oscuro de la Partida.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Mundo hostil. La centralita





 En el muy lejano 1987 trabajé durante un tiempo como telefonista para una organización  ---- que, por lo que sé, sigue existiendo. 

Mi tarea consistía en  recibir llamadas del exterior y del interior del organismo social antes citado -----  y que calificaría, no sin miedo, como estructura muy jerarquizada 

  Las voces solicitantes de mis servicios exigían que metiera sus palabras dentro o las sacara fuera del sistema. Dado que yo  debía permanecer simbólicamente en la membrana de la cosa, en la frontera donde el aduanero supervisa y hace realidad la comunicación, en mi quehacer cotidiano mi mente funcionaba como un algoritmo perfectamente engrasado. Si la llamada llegaba del exterior yo decía: "G.M. (nombre de la organización) buenos días". Y si, por contra, era alguien del interior el que me interpelaba,  susurraba virilmente: "Centralita buenos días".

 Las voces que me hablaban  desde el exterior pedían cosas muy simples. Básicamente que las pasara con el departamento Z o Y;  o, en segunda opción, con alguna persona con nombre y apellidos de una  lista finita que yo podía consultar. 

Algunos llamaban sin saber muy bien con quién querían contactar y solo tenían claro, en el mejor de los casos, qué deseaban decir al oído del que fuera competente en el asunto que les inquietaban.

Una vez llamó alguien que amenazaba con hacernos saltar por los aires. 

  La mayor contingencia  se desvelaba si la extensión interior solicitada no estaba operativa.  En ese caso, el peticionario  permanecía en espera. Yo no era responsable del contratiempo y la mayor parte de la gente se mostraba amable aunque la posición de espera con el teléfono en la oreja era, en aquellos años, gesto idiota. Hoy las cosas se ha normalizado también en lo que toca a ese aspecto.  

Otra variable relevante en el trabajo, y no había muchas más,  era la posición jerárquica que el comunicante, ya emisor, ya receptor, poseía. No era igual estar abajo en la pirámide que ocupar una posición privilegiada. En este último caso,  debía yo presentar  la llamada que entraba en tan digno espacio con mi propia voz, sin distinguirme o señalarme, de manera sencilla y cortés pero humana. Debía violentar la eficaz mecánica con un simulacro de trato diferencial y representando ser siervo o ayuda de cámara  que anuncia una buena nueva: señor, le paso la llamada de....  En los casos en los que el emisor y el receptor no tenían un estatus de dignidad, me limitaba a lanzar la llamada, sin más,con un par de golpes en el teclado.

 En aquellos años, encerrado en la torre en la que estaba el centro de comunicaciones, me sentía a salvo de los rigores del invierno del alma. No era exactamente feliz pero sí sentía la seguridad que nos ofrecen las actividades en las que las variables ocultas o sorpresivas parecen volatilizarse en la actuación ritual, en la reiteración de lo mismo.  Además, cuando la actividad se relajaba al final de la jornada laboral,  yo podía aprovecha para leer alguna cosa o, incluso, escribir. Recuerdo que en aquellos días medité en extraño estado de ánimo sobre La condición postmoderna de Lyotard. Me enfrenté a la idea del fin de los grandes relatos mirando el teclado de mi centralita, ubicados, ella y yo,  en la frontera entre dos universos muy poco amables: el interior y el exterior del sistema.  En el límite sentí, hermanado con la máquina, casi un híbrido,  la amabilidad de las cosas cuando todo tiene lugar al otro lado.

 Mi centralita era un artefacto rectangular con teclas numéricas cuadradas y grandes. Todo el aparato me parecía consistente, con su carcasa de duro metal pintado en un decoroso marrón mierda y sus estructuras de plástico reforzado. En la parte superior había una pantalla en la que, creo recordar, podían verse hasta dos líneas de signos numéricos. Esta pantalla me informaba de quién me estaba llamando desde el interior o exponía en color rojo el número que yo marcaba. En un lado de la máquina, cada extensión o departamento era  representado por una lucecita que solo tenía dos posiciones, encendida o apagada. Ese punto rojo  me decía si estaba disponible o no el habitáculo que buscaban las voces.

 Mi centralita era una tecnología muy a la escala humana.

 De igual modo  que, en ocasiones, fantaseo con  la posibilidad perdida de haber sido un joven seductor y haber ligado con docenas de mujeres y, en un mismo movimiento, haberme enamorado de un buen puñado de ellas,  o con todos los viajes que no he podido hacer,  mi mente desbarra y se representa un mundo paralelo en el que el oficio de telefonista fuera aún el mío en este momento. Dejando en su contingencia otras farándulas que he intentado conseguir y, a veces he conseguido, como familia, propiedad y salario, las cosas podrían ser  mucho más amables si me  hubiera asentado en aquel trabajo en el que, a cien metros por encima del mundo, ponía en comunicación a las personas. Supongo que hubiera sido feliz como suele suceder siempre que reescribirmos el pasado y nos vemos, tan reales, siendo jóvenes que seducen a decenas de mujeres, se enamoran de un puñado de ellas y, cuando las cosas se tuercen, se van a trabajar a una centralita telefónica  en la que, con amable sonrisa, ponemos en contacto a unos seres humanos con otros.  Esta tontería me parece deliciosa.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

BUENOS CONSEJOS (fábula). Este cerdito es ya carne y manteca

  Tiresias you teach us what it means to hold your own (Kate Tempest: Mantente firme ) Lejos del país del verano rumia el ce...