martes, 3 de enero de 2017

experiencias de autoradicalización poética


El hombre mayor hoy se siente mayor. En estos días de festejos y reencuentros ha experimentado en más de una ocasión que lo que sucedió hace treinta  años tiene más claridad en el mapa de sus recuerdos que lo sucedió hace tres. Vaya, se dice en una mañana de resaca, ser mayor implica un tipo de distorsión cronológica curiosa. No te asustes, es gracioso. La razón es clara: es mucho ya lo que media entre el ojo y el mundo. Eso está bien. Es experiencia. Que te quiten lo bailao. Así dice el hombre mayor que hoy se siente mayor al reflexionar sobre la extraña experiencia. Sin embargo el hombre mayor no acaba de creerse sus palabras. Se preocupa. Si lo que media entre el hoy y el ayer de su primera juventud es tanto ya ¿por qué la distancia de los treinta años se acaba pareciendo tanto a la de los tres? La espesura del tiempo vivido parece que se nos muestra en vivencia paradójica: atrae hasta el ahora lo que está muy lejos y, para hacer esto, manda el anteayer a tomar el aire del olvido. La espesura temporal se aligera, abre claros en el bosque, rompe las viejas ramas y el recuerdo lanza su mano elástica hasta el pasado ya remoto y lo agarra por los pelos. Pinta coloretes de niñez rubicunda al fósil de lo que fuimos. Voilà. Esta distorsión llega a su apogeo cuando, en la ancianidad – el hombre mayor lo ve en sus mayores - el viejo llama a su mamá gimiendo como un niño asustado y siente una fiesta de la infancia más real que la última Navidad, olvidando ésta en su detalle para mayor gloria y claridad de lo remoto. El fósil, realmente,  es el ayer. Lo que sucedió hace décadas brota infante en el centro de la cabeza. Vive y da saltos. Se expande como un torbellino fractal mientras que el ayer cercano  envejece y muere y se pulveriza. 

El ayer se rompe en la experiencia del señor mayor. El ayer mismo, sí, esa pieza del tiempo que era "el ahora" de hace nada. ¡Ay, Dios mío! Alguien ha inventado un desierto en el mapa de la vida y su arena  barre al ayer y deja sin ropa al ahora. Ahora me veo y soy un ahora desnudo, con colgajos, escupiendo polvo.  Esto ¿no muestra la imposibilidad del vivir el ahora que el señor mayor ha convertido en mantra de su vida? Vivir el ahora ¿ es, por tanto, una de las raíces de la tontería de la época? Vivimos en el hace treinta o cuarenta años. Horror.

El mundo de hace cincuenta o sesenta años está ahí como un niño recién nacido. El hombre mayor ha visto esto y se acongoja. Si el hombre mayor es consciente y reflexivo, pensador de sí y del mundo, mira a su alrededor y trata de sentir la espesura de lo real forzando la máquina paradójica del recuerdo. El hombre mayor consciente hace registros, establece marcos temporales y clasifica. Clasificar nos salva: todo queda registrado en fichas, diarios, resúmenes anuales, bianuales, evaluaciones de la última década.... El hombre mayor que tiene la desgracia de no ser consciente ni reflexivo – la época nos niega en su ADN el derecho a sentirnos señores mayores y, por ello, no hay consciencia ni hostias - pasa la mirada por las cosas muy antiguas como si estuvieran recién estrenadas y olieran a celofán. Nota lo raro de la experiencia pero tampoco le desagrada que aquello sea nuevo. Al fin y al cabo, para un ser joven de corazón todo debe ser nuevo y, por ello, lo que sucedió hace treinta años es equidistante de lo que sucedió hace tres.El olor a nuevo es una experiencia muy importante en los niños de boom -consumer.

El señor mayor es un hijo del boom consumer y no es , por eso, tan mayor como la melancolía le ha hecho creer. El pasado huele a nuevo.  Aún no es un preámbulo de su obituario. Todo ha sido una mala percepción. Se siente joven. El ejercicio, la dieta, el interés intelectual. El señor mayor ya tiene pensado hacer un curso de dibujo al carboncillo. El futuro se abre....



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