este
hombre está muerto.
La
frase pudo haberla dicho la médico pero fue el cura el que la
pronunció con aire evangélico y gesto de poeta minimalista. La
doctora más tarde evidenció el cese de la actividad vital, la
cristalización del humor vítreo, qué se yo que otras cosas
vibraban en su vocabulario. Pero este hombre está ya muerto lo dijo,
así como te lo cuento, el cura. De un modo y con un tono que honran
su oficio. Un hombre del rito habló sobre un cuerpo que yacía en
la duda aún sobre la vida y la espera de ese despertar-ahora que uno
sueña milagroso. Vibraron sus palabras en el desagarro de un último
estertor que no oímos. Ellos, los curas, acostumbrados a la muerte y
al ritual, deben ser contundentes incluso ante la muerte tranquila.
Dicen:
mujer, ese hombre de ahí está muerto. Lo esencial ya no está y el
rito del caso debe ser otro.
Dicen:
hijo, ese hombre de ahí está muerto. El cuerpo muerto ya (solo)
dice de ti. Te dice huérfano.
El
cadáver de ese hombre es un cuerpo que ya no se autodetermina. Es
heteronomía de la física y la química. Pero aún así habla, y
cómo, ante ti y solo para ti.
Su
alma se fue tan rápido como, imagino, apareció un día la
conciencia en el niño aún no nacido en 1935. Poco a poco, sí, pero
de repente se nace y se muere. Poco a poco y de repente nace el amor
o se oscurece.
El
cuerpo inerte y frío, tan otro, luego vestido para la ocasión en el
ataúd, ya nos dice que somos huérfanos.
¿Qué
es huérfano? Ya no se puede preguntar la respuesta al padre como
cuando éramos niños. Sentimos la raíz que queda al aire y nuestro
anclaje – qué es el anclaje en los otros, padre - desgarra la piel
del tiempo al ser extraído. Se es huérfano aunque se tenga linaje
de poderoso guerrero espartano. Huérfanos ya amáramos u odiáramos
al padre. Por un momento cerramos los ojos para no vernos en el
centro del vértigo.
El
cuerpo inerte solo habla con su silencio al alma porque el alma no
necesita fantasmas sino cuerpos corporeizados en la muerte para
recibir el aviso.
Dice
ella: Aquí estoy y tu contingencia la dice la historia de este
hombre y de los otros que figuran nominados en la tumba. No es una
contingencia de mera precariedad intemporal y como imbécil. Es
incertidumbre escrita en los huesos de abuelos y bisabuelos ad
origen.
Nos lanza la precaria contingencia impulsada por todo el polvo y todos los huesos. Y nos lanza hacia pasado mañana.... En este duelo siempre es el pasado mañana el que asusta.
Dice
ella: eres lo que dice de ti ese cuerpo que nada dice de sí.
Me
dice a mí y no sé por qué todo eso me entristece. En vida daba
gusto ser nombrado. Me gustaba cuando me nombraba. Ahora....
Da
miedo saber que ahora somos sin tierra porque toda la tierra cayó
sobre la caja de madera brillante adornada por un cristo de resina o
plástico chino. Solo somos la tierra que ha quedado pegada en
las hebras de las raíces que ahora se me antojan rizomáticas.
Alguna
sombra ligera como de hilo erecto.
Un
gramo de olvido que penetra la sangre reverberando las palabras, las
risas, los actos de ese hombre que fue y del cual el cura dijo: ese
hombre ya está muerto.
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