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Soy L.
L ha perdido letras en su nombre; resto, cicatriz o estigma de su fallido viaje al interior. L perdió las letras como antes de la revolución de las clínicas odontológicas los viejos perdían sus muelas o, circuncidando la actualidad, devalúan sus calificaciones las grandes naciones de la zona euro;terminando ya las comparanzas, L pierde letras como el suelo somalí absorbe almas y almitas adicto ese exótico paisaje a la ausencia de agua. Todo dentro del cordial esquema de necesidad e idiotismo que gobierna la existencia. El asunto L se acaba en el propio hueco de la caída sin mayor psicoanálisis. Queda trazos de sombra envenenada y otros poemas.
L debió callar y transfigurarse en ficción de otro. No lo hizo. Para eso había que morirse. Qué susto, jópeta.
L escribía en su cabeza sin teclas, rapándose al cero y suministrándose una buena dosis de farmacopea para que el escalofrío que surgió hace ya más de dos años se cerrara definitivamente en ese otro que rasgó el lienzo en julio.¡Qué engañoso el lenguaje de los escalofríos! Sometido a todas las fuerzas, L vomitó sus dientes y en teclas se convirtieron (como en una una mezcla manga de Fantasía y Trainspotting ). Pare teclas en jeroglífico de terapia como otros cuentan píldoras ansiolíticas. L sigue muy inestable en su estado momificado. Los sentimientos, el amor... imaginen.
L creyó encontrar una voz desde la que poder ejercitar ese misterio - hijo tonto del tatuaje o algo por el estilo - que se ha dado en llamar escritura. Aficionado al autoengaño, la neurosis y la depresión, L disfrutó de la originalidad de su nombre y asoció su imagen a la tortuga bicéfala. La voz propia. La voz que apropia.
Ya saben el ritmo de la masturbación así que recupero mi mano y dejo que la continúen con la propia en busca de ese misterio de final tan sorprendente.
Este verano, contemplando L tordos negros en las agujas góticas de una catedral, comprendió que su griterío era el silencio y que el animal nunca habla, que la tortuga te mira y agacha la cabeza porque teme ser despanzurrada y ese es también su silencio, sea, su voz. Y sin totem animal no hay voz para el humano. Voz primigenia, ya saben, algo salvaje y loco y divino. Nada. Habita el golpear tonto de la tecla en las voces de otros y cada tic nos apunta al abuelito o la mamá. Nadie sale de la voz media.
La voz nace como gato (¡¡marramiau!!) pero necesita el ensueño de los hilos de colores o los husos de sentido o de las sendas del bosque. Una princesa al final para animar el trabajo. Sin embargo ya no hay hilos y los que había sospechamos que son made in china. Hacer el amor con la princesa es lo que hace el guerrero. El que escribe relata la caída de la baba mientras duerme la siesta. Bonito, vale. Mientras duró. Y ahora carga con el dolor de la neurosis. Así no mola y debieron advertírmelo esos que dicen son mis amigos.
L escribe el libro de L en una lenteja.
(Recuerdos del verano de demolición)
qué alegría que volviste, te extrañaba. sé que en las próximas te leeré. solo después de abismarse en la L es posible asilar un puñado de alegría genuina en este mundo que se obstina en ahorcar la L, en hacer de la L su propia soga obstinada de ahorque. es decir, reciclar y refinar mi "yo", en lugar de hacer que me olvide de mí, de mí, para ser otra cosa, una cosita, y no esta criatura humana.
ResponderEliminarEn esas andan las cositas. Con las patitas alicaídas regresan las letras
ResponderEliminarSon deliciosos los escombros.
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