Me mudo y mudo. En lo real, no en este espacio de nadería. Inicio la mudanza que me llevará de una ciudad a otra. Retorno al origen imposible porque la nueva ciudad ya no es la vieja ciudad de la adolescencia . Quizás ella no haya cambiado pero yo sí. He mudado de camisa varias veces. Como las serpientes. Soy otro. La mudanza real será prueba del nueve para contrastar si las ideas anteriores son creíbles.
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No creo en las despedidas. Esta negación tiene algo de absurdo y, como suele suceder con aquello que bordea las fronteras de la lógica, está cargada de misteriosos sentidos y connotaciones. Para el caso: no creer en las despedidas significa que siempre nos vamos antes o después de salir del puerto, por delante o por detrás de la orquestina que interpreta los sones del adiós. Saltando por encima todos los regalos que se nos ofrecen bajo la forma de objeto, lágrima o promesa de reencuentro con pañuelito blanco.
(i) El mudanza prevista nos devora en sus preparativos y con sus ilusiones e inquietudes antes ya de la salida, rompiendo, a través de la ensoñación y la ansiedad, la rutina diaria y la vida con aquellos que son (aún) nuestros amigos y vecinos en el puerto, esa vieja casa que se abandona. La teleología de la mudanza nos hace saltar, como movimiento de caballo en el ajedrez, por encima del presente, mostrando que los cercanos dentro de poco quizás no sean nada y, anulados en el horizonte de esa extrañeza sobrevenida y profetizada, los hundimos de derecho cuando aún no habitan en un vacío de hecho. Los cercanos nos ofrecen su rostro espectral, la extrañeza del gesto hasta ayer enmarcado en con el aura de familiaridad. Captamos traiciones, pequeñas repugnancias, distancia. Antes de la despedida formal, uno ya no está del todo, y las ceremonias del adiós se muestran huecas, hilos sueltos de un discurso en el que ellos y nosotros no nos encontramos porque, sencillamente, hemos cambiado el son del baile. No cabe la despedida. En la mudanza anticipamos la soledad del memento mori.
(ii) Bajo la forma de nostalgia, la vieja casa y su ciudad emocional estarán con nosotros en los puertos de llegada, para siempre, convertida en paraíso perdido y patria, limadas las asperezas de lo real en el falso recuerdo de un mundo sin complicaciones. En el futuro todos los vecinos actuales permanecerán maquillados como cadáveres o como guapas presencias.
(iii) La vieja casa, como avatar negro, no se despide nunca de nosotros porque se despierta transformada en la cuna de todos los infiernos, marca negra del contraste que nos garantiza que el presente es lo mejor. Traicionamos las viejas confianzas y decimos NO a las invitaciones del retorno porque cualquier tiempo pasado fue lo peor de lo peor. Y así, en el presente, estamos tan a gusto en el idiotismo.
(iv) El pasado de la vieja casa y sus habitantes no se despide nunca porque puede llegar a ser la huella fantasma de un miembro que perdimos y que, como las estrellas de mar, logramos regenerar. Qué sea un miembro fantasma cuando otro ha ocupado su sitio con plena funcionalidad es asunto que la materia zanja sin contemplaciones: un cuerpo no puede ocupar el espacio de otro cuerpo. Es nada.
No creer en las despedidas, supone asumir que nada muere porque es imposible abandonar la vieja casa y los antiguos amores y vecindades; y, a la par, todo está muerto desde siempre porque existe la posibilidad de la mudanza en el horizonte de todos los compromisos, sombra opaca de la traición y decepción .
Las mudanzas. A mí me espera una en breve. Cuánta razón en aquello de no creer en las despedidas. Uno se va mucho antes que ese adiós en el aeropuerto. O mucho después.
ResponderEliminarPor otro lado, son aquellos que se quedan los que se llevan la peor parte. Los que están condenados a pasear por los sitios por donde antaño dejamos nuestra huella y ahora ya no queda nada. Aunque el tiempo hace mucho y nos acaban olvidando, 'reemplazando' y demás. Quien se va, sin embargo, 'solo' tiene su memoria. No hay nada material que recuerde el pasado, aunque verá -encontrará, sin querer- en los nuevos lugares, en las nuevas personas que conocerá, al antiguo hogar y los viejos conocidos. Y quizá un soplo de tristeza, al ver que nada es ni puede ser ya igual. Triste alegría.
casi nos da tiempo a decir adiós cuando ya estamos en otro lugar, cuando el testimonio reprimido de los corazones parece querer aliviarnos de la estancia, de la existencia; no eres nadie, en el lugar más angosto del silencio estará el mapa de nuestros afectos. si es real en efecto ese mudar, te deseo lo mejor.
ResponderEliminarun abrazo
GGM: que los dioses te acompañen en la próxima mudanza. ¿Los que se quedan se llevan la peor parte porque nuestras huellas se borrarán como las las célebre "lagrimas en la lluvia?No estoy para pensar en ellos y, además, no sé si mi hueco es irreemplazable. Por otra parte, no sé si es inevitable que en el nuevo lugar se encuentren las melancolías del antiguo. Será que soy un desalmado.
ResponderEliminarCC Rider: "no eres nadie, en el lugar más angosto de silencio estará el mapa de nuestros afectos". Apuesto por la angostura y, como siempre, sigo creyendo en la necesidad de construir cartografía. Seguiré con ellas tras las tribulaciones de la mudanza. Un abrazo.