lunes, 7 de enero de 2013

Fetiche de mujer pensante (II). Mujer penitente o el sueño de un pensar táctil



Eva Herzigova por Jean-Baptiste Mondino (Fall 2002)                                 Qajar(1998) por Shadi Ghadirian:


Caen las dos imágenes a la mirada, contrapuestas de nuevo por la simplicidad caprichosa del espacio, incapaz él de ser solo arriba o solo abajo o nada más que derecha o únicamente izquierda, imposible mantener una neutralidad de vacío, el paraíso precedente a la diferenciación cardinal. Impelido por  la exigencia de colocar a la dos mujeres sobre el espacio, una va a la derecha y otra a la izquierda, sin que pretenda yo añadir  significado alguno a esta su ubicación y aunque sepa que necesariamente sucederá ese añadido y seré malinterpretado por mi flacidez inicial, por dejar hacer al capricho y no fijarme en lo que  cabe esperar que signifique (para la tribu) el que coloquemos algo a la derecha o a la izquierda. Esa desidia en mi primer movimiento, todo un síntoma,  no sé si se justifica en mi modo amateur del pensar o en la fantasía del jugar con fuego y dejar que el azar vaya mostrando sus cartas para que, al final, nos haga el trabajo de encontrar la escritura.

Dos imágenes y dos mujeres que piensan y que son signos de oriente y de occidente, de carnaval y cuaresma, de drama y comedia,  de la risa y el espanto, de la asepsia y de la orgía de los microorganismos. Las dos imágenes aparecen ya envegadas por determinaciones, significados o aires de familia, que preceden a mi intención y van contra ella,  supurando ya simbologías en mi mirada, como si yo tocara las famosas tierras vírgenes y las viera  casadas y amarradas antes de que yo me centre en el detalle y las nombre.... ¡Ay la maldita  ilusión de ser primero y comunicar el descubrimiento a  nuestros camaradas!



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De izquierda a derecha y de arriba a abajo. La significación de mi imagen  se ve golpeada por la visión de la serie de cuatro. Hay tres imágenes que preceden a la fotografía  en la que yo acampo y, por ellas, y aunque no quiera, contemplo el rostro de Eva, sus ojos cerrados y las manos atadas, determinaciones que antes se me escapaban. En el juego del fetiche de la mujer que piensa, me impongo el deber de ignorar las tres imágenes previas y la familiaridad que las unía. Rompo y convierto mi imagen en  fragmento huérfano, amnésico como la materia y tan receptivo como ella a las formas . Se llame Eva o Juana, está sola, desplazada al escenario de mi mirada, dispuesta a cargarse de significados .... a pesar de ella, a pesar de mi.


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Ahora ella, doblada en cuerpo y alma, subordinándose a la cuerda que la parte e inmoviliza,  me resulta familiar en su historia. Es Eva penitente cristiana, guerrera que abandonó la Cruzada rendida voluntariamente y después del triunfo al cautiverio, sumergidos con ella  en el no querer pensar ya de aquél modo que nos trajo hasta estas posiciones, a la victoria sobre los infieles o la toma descarada de nuestro deseo para mayor gloria del erotismo.  Ahora y aquí, traspasado ya el desierto de la desesperación, sosegada por la aceptación de las ataduras que la niegan en su condición de guerrera o belleza.  Ahora intenso y circunscrito casi ritualmente en el que se apodera de ella un soplo como de sueño y concentración en el que las imágenes y las ideas - las ideas nuevas que se necesitan para salir del atolladero - se van fraguando.

 Ella, Eva,  se sumerge en la supresión ansiolítica de las grandes decepciones. Nada mira ni oye y, por eso, la imagen de Eva estimula nuestro tacto y a él se dirige.  Ella percibe a través de la piel como solo saben hacerlo los depresivos que abandonan la depresión o encuentran un fuego de hogar entre sus fronteras. Solo por el tacto Eva piensa, es decir, medita  atmosféricamente,  sumergida en la estela del sueño que rompe lo que había sido su vida de conquista y guerra, dejando que el viento de la dejadez depresiva haga jirones sus banderas. 

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 Miro y pregunto, Eva, si en tu cuerpo hay respuesta a mis dudas, al fin y a la postre cómo salir de la crisis  que nos embarga, y te veo al punto como personaje de Gustav Klimt, sumida en una agonía tranquila de postres, en el inicio de nada, adoptando la pose de la penitente cuando ya pasó el tiempo de las curaciones. La decepción, después de la intromisión sifilítica de Klimt, es inevitable y, por eso, solo nos cabe, si acaso, regodearnos en el detalle morboso de la cuerda marcándote la piel, dejándote abandonada al deseo grasiento de una viejo carcelero...

¡¡No!!

¡Niego ese viaje!.

 Insistamos, apretemos el vestido, la cuerda y el cierre de los ojos. Hundida, Eva, eres mi fetiche de la mujer que piensa en el pozo del sueño gris, la depresión salvífica en la que se redefinimos al tacto por encima de la vista, convertido el amor en caricia que se extiende como efecto secundario de las pastillas o de la concentración. Dejémonos llevar, Eva, por el dolor de la tela y el placer del cáñamo enredado sobre la piel, y  aunque Klimt nos diga que no hay sino un preservar en el sueño, supongamos con los ojos cerrados que estamos el inicio de algo y que esa caricias que nunca nos ofreceremos, tu rostro cerrado sobre sí y libre de sonrisa, son el nuevo mundo.

Seguirá

1 comentario:

  1. Nuestras elecciones nos suelen definir y, como tú, aparto las otras tres imágenes que interfieren en la elegida, imágenes que encadenan a la mujer, y me quedo con la tuya, con el dolor escondido en la cara hundida, con el silencio lleno de ecos que me deja.
    No sé si habrá respuestas o salvación. Quizá pueda ser, pero cansa que todo sea efímero, ilusorio.

    Un abrazo, Luis.

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