viernes, 15 de abril de 2011

Der Freischütz(1)


  The black rider. Robert Wilson, Tom Waits, William Burroughs 
Thalia Theater, Hamburg/ Germany. March 31, 1990 (premiere). Photography: © Brinkhoff/ Mögenburg, Hamburg (::)

 El joven Guillermo vende su alma al diablo para conseguir el triunfo en una competición de tiro en la que se juega la mano de su amada Anita. El infierno le ofrece así siete balas mágicas que llegarán siempre al destino deseado por el cazador, salvo la última que será reservada para la voluntad del diablo. Indudablemente el éxito de Guillermo en el torneo es completo. Fama y orgullo rodean al joven convertido en el centro de todas las miradas como sucede siempre con aquellos elegidos que ven hechos realidad sus deseos. No hay envidia en estos casos; es sólo esperanza, ilusión de ángel custodio de la historia que ya no mirará más hacia atrás, que triturará los papeles comprometedores y no pensará en todo el dolor acumulado. Ha llegado el momento del aleluya, el tiempo se parará sin sombra. Sin embargo,  cuando el público y su propia adicción al éxito  le piden un último disparo en el que debe alcanzar a una paloma, el diablo impone su voluntad y cae muerta la amada Anita por un disparo en la cabeza muy a lo Guillermo Tell (En la versión de Carl Maria von Weber las cosas suceden de una manera más piadosa y esperanzada).
Now, George(2) was a good straight boy to begin with
But there was bad blood in him someway
and he got into the magic bullets
that lead straight to the Devil's work
Just like marijuana leads to heroin
You think you can take them bullets and leave 'em, do you?
just save a few for your bad days, well...


(George era un buen chico con el que empezar, pero había mala sangre en él de algún modo y  se enredó con las balas mágicas  y eso lleva directo al mundo del Diablo, justo como la marihuana lleva a la heroína. Piensas que puedes coger esas balas o dejarlas ¿no?tan solo guarda unas pocas para tus días malos.Tom Waits, W. Burroughs)


The Black Rider:The Casting of the Magic Bullets © Brinkhoff/Mögenburg, Hamburg


Me dice el terapeuta que debo abandonar el encierro y enorgullecerme de mis, sin duda, muchas cualidades (dice él que las tengo porque le pago para ello). Orgullo, dice,  motivos y objetos de orgullo. Reviso el catálogo de aquello que puedo ofrecer al amable público que ha de salvarme y, ay, creo que quedaré el último en las fases clasificatorias. Me falta aire en los pulmones para soplar en las ascuas incandescentes de mis competencias y provocar una chiquitilla llamarada de entusiasmo. 

  Las balas mágicas (The black rider de Wilson- Burroughs- Waits, Der Freischütz de Weber). El diablo, en su juego, ofrece al necesitado un puñado de balas mágicas que garantizan éxito y  puntería - esencial para ser un emboscado o un furtivo pero también para alcanzar protagonismo en la ciudad de los francotiradores warholianos que buscan los quince minutos (o las quince horas) de popularidad. Sólo una de las balas queda en poder de la voluntad del demonio que  orientará su trayectoria  desde el dedo y el ojo del infortunado mortal  hasta  aquello que nunca esperaría, seguramente su más íntimo y "auténtico" deseo (parece que sólo el demonio sabe lo que en verdad queremos).  Ese es el riesgo que se corre en la apuesta  y por esa proporción variable (1 de siete balas, 1 de mil, 1 de un millón, etc.) la mayoría dice rechazar el pacto diabólico  aunque, a la vez, se escondan y se dejen proteger (o entretener) por los pocos que sí lo firmaron. 

Cuando uno piensa que a algunas personas siempre le sale el tiro por la culata y reflexiona sensatamente sobre lo cansado que es "sentirse desgraciado" porque la hija del guardabosques se ha de casar con otros y perderemos todo derecho de caza en aquellas frondas,  ¿ no sería humano y piadoso aconsejar la aceptación del puñado de balas mágicas que al menos garantizarían el gozoso placer de varios disparos de éxito, entusiasmo y orgullo de sí? ¿Qué no darían  los desterrados hijos de Eva  por esos proyectiles cargados por el ímpetu juvenil del infierno? ¿Realmente la tentación  es tan siniestra?  ¿Es demasiado riesgo que una de las balas quede a merced del diablo? ¿Es preferible mantenerse hundido en la frustración y la ausencia de orgullo - como el joven sin puntería que sabe que nunca logrará la mano de su amada - que disfrutar de las mieles del éxito aún sabiendo que al final mostrarán que estaban hechas de nada y se convertirán en hiel en nuestros labios? Además ¿no cabe esperar que el diablo se apiade y lleve el último proyectil más allá del bosque?

¿Hay que jugar al juego en el que se anuncia la salvación allí donde habitaba el peligro?¿Hay otro juego?




The Black Rider. Hamburg, 1990. Photo by Friedeman Simon

Mi terapeuta me exige, para continuar la "curación infinita",  que encuentre diez motivos de orgullo.


X me recomienda triturar pasado, recuerdos y expectativas. Ni arrepentimientos ni melancólicas elegías. Rass rass y pedir nuevas balas a un demonio sin piedad sabiendo que la última nos reventará la cabeza amada.


Realmente, no sé si merece la pena nada: ni la tristeza ni el éxito opiáceo de las balas mágicas  ni la impiedad de la trituradora de pasados.


Quisiera ser un cazador libre sin carga de balas en mi escopeta. Un cualquiera que no se casa con la hija del guardabosques. 

Quisiera no querer nada y no tener que buscar diez motivos de orgullo para un terapeuta impío.

2 comentarios:

  1. LUG:

    sigo leyendo por aquí, he estado enmudecido, atenazado por diversos males estos últimos meses, de ahí el alejamiento casi total de los blogs,

    no sé si necesitas (o si tu yo del diario ficción necesita) salvarse o no querer nada. Sé que entrar en el bosque con pata de palo o trote de lobo, y encontrarnos allí, reconcer nuestras amputaciones y re-crear, entre todos,la historia que no fue nunca nuestra, es una forma de estar y darse, de sobrevivir, y que para ello no hacen falta impíos terapeutas ni nodrizas que nos espoleen a la "hermosa vida del hombre medio y su equilibrio mental", con toda la atrocidad destilada que eso supone,

    lamernos las heridas, en hermandad de jauría provisional (luego retoma uno el camino, solo, siempre) debería bastar; creo en ello

    un abrazo fuerte

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  2. No sé si eso que me hace falta para poderme estabilizar es un trago o una redescripción de una historia o sólo trotar por el bosque. El desequilibrio, la tara nerviosa y otros miasmas de los fluidos empantanados, no importa que duelan. Peor es que no hacen nada y te enfrían a las bravas. Por eso quizá tenga razón el terapeuta con su listado de motivos de orgullo.

    Siempre cura y lame tu presencia lectora

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