jueves, 27 de octubre de 2011

Gorgiadas (1)


Egon Schiele:  Casas antiguas en Krumau

       En el  Libro de L se narraría  el proceso de  demolición más o menos descontrolado que comenzó - sin saber aquel día que  algo se iniciaba - con un escalofrío zigzagueando la columna vertebral  mientras ele sonreía plácido entre reflejos de cerveza y conversación. Hoy la demolición brota como sospecha (ni  la evidencia ni la probabilidad son el caso) de que el puerto al que llegaba el navegante egótico no se parecía en nada al que figuraba en las cartas de navegación del inicio;  que el país era otro país y el alma no signaba con las cifras de algo que vagamente podemos llamar proyecto vital . El Libro de L es neurótico y depresivo, llega a dudar de la existencia de aquel inicio y de las cartas de navegación que se percibieron. Duda de los últimos veinte años.  Por eso la sospecha se enrosca y termina devorándose en fuego de artificio de estructura alquímica.

 El Libro de L  recuerda  a Gorgias de Leontini  demostrar que nada existía realmente y que, siendo generosos, si algo existiera no se podría conocer ni, aún negando la anterior tesis,  aunque algo se pudiera conocer tampoco se podría decir.  La trama del discurso gorgiano nos enreda en el escuchar y en el eco de esa pasividad oyente  que se torna interrogación diciente que nada dice salvo un ligero susurro. El argumento de Gorgias - más allá del efecto promocional de la Gorgias Enterprise Limited o de la resaca del auditorio - nos deja boquiabiertos porque parece que según se construye  va negando el punto de partida (la evidencia con que alguien decía: Bien, aquí estamos) y los mismísimos peldaños de la escala que nos lleva al otro lado. Tomado en serio, el discurso simularía una demolición del mundo y la palabra y la propia mente que se hace eco de todo. 

  El discurso de Gorgias crea mirada de broma porque no es burla. Se  niega que estamos aquí -porque no hay aquí ni allí ni más allá . No estamos en un mundo conocido y hasta dominado que nos permite destensar los músculos de la alerta. Un caos dulce (pero no por dulce es menos caos) entra por la puerta en el juego de la lógica. Por lo demás, lo que nos comunica el oráculo del sofista es que nada se está comunicando, salvo una sobra de banquete o la  sospecha de algo pintada al carboncillo, un destello en el que el mundo se nos desvela ---- si es que desvelar - aletheia, mostración de la verdad - puede nombrar lo que pasa.

 Gorgias incita a la risa preñada de sombras, guiños de lo siniestro en el rostro del asesino que nace en los sueños como Freddy Kruegger.






 Extraño juego que nos incita a cerrar los ojillos para deleitarnos en la musicalidad de las palabras, en sus reflejos insinuantes que estallan mordidos por los dientes pequeños de las palabras y sus enlaces. Con Gorgias se puede iniciar (¿iniciar?) un ejercicio de mirada oblicua tan cercano al Sermón del Fuego que el otro día nos traía Stalker a las mientes. Decía allí el iluminado:


El Tathagata ha superado las opiniones especulativas, la conciencia de la dualidad, la escisión, el desgarro, la trampa del lenguaje, el infierno del lenguaje, el apego por el que definimos el mundo desde el "yo" o como "mío". Esto conduce al desapego, a la cesación, a la calma, esto conduce a la emancipación inconcebible y a la no mente, a la ausencia de vibraciones corruptas, a la vida sin ataduras, a la respiración libre, a la extinción de las palabras.
»Aniquilado el renacer, apaciguadas todas las vibraciones, no hay más devenir
 Los que escuchamos a Gorgias no hemos apaciguado las vibraciones (amamos el occidente)pero sentimos, en esa mirada transversal por el sí y el no, la noche y el día, el camino del ser (el ser es) y el camino del no ser (el no ser es) que al principio de contradicción le salen agujeros y brillos y sombras. Qué bonito, qué bonito - decimos al oído de la amiga.




1 comentario:

  1. Magnífica entrada, como siempre...

    me quedo pensando en la posible resonancia entre Gorgias y el Buddha... sospecho que entre la desarticulación (o negación) del eternalismo y del nihilismo de los budistas, en su vía media que rechaza la metafísica, y la epojé o suspensión del juicio de los escépticos griegos hay más de una resonancia o hilo común, pero no estoy en condiciones de precisarlo (algo que exigiría análisis pacientes y minuciosos, y más lecturas de las que yo tengo)

    yo tampoco he apaciguado las vibraciones, querido amigo. Ni siquiera he sido capaz de desactivar la tentación de un yo que se dirige incesantemente hacia el mundo. Más bien uno lo yergue como a un fantoche en una macabra ronda nocturna...

    sin embargo, en la contraducción del libro de L, en la antinomia radicalmente vital que vertebra su respiración profunda, algo se apacigua, algo vive más lento, algo encuentra reposo y morada, por un instante, antes de la demolición, antes des-asirnos completamente

    respirar esa leve paz, aquí,

    abrazo agradecido

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