Pieter Bruegel: Camino del Calvario (1564)
En el juego de los saberes y en la pelea fornicante de las artes plásticas entre sí y de todas con la poética
En el dominio absoluto del signo, única cristalización o fluido de muerte que se nos permite afirmar
En la batalla de las narraciones
En el tedio del domingo que mató a la Luna
En el día de descanso del jardinero zen que cuida su jardín de 12 x 12 (centímetros)
.... me dejo aconsejar por Molinuevo y veo The Mill and the Cross, de Lech Majewski.
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La tentación de vivir en una obra de arte. Diversas han sido mis intentonas. Hace dos años habité en las esculturas de Oteiza. La experiencia fue mala en lo literario y en lo terapéutico. Necesité dos letras (N-O) para salir de la conmoción. La vibración del NO sigue haciendo eco en las paredes metálicas de la esfera abierta. Gracias a Dios me quedó como huella una buena afición por las esculturas de Oteiza. Está bien tener buenas aficiones. Y cicatrices. Lo demás es aburrido.
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Querer ir a vivir, en las vacaciones del cinematógrafo, a un Bruegel es apuesta de riesgo (incluso en la época de los mercados salvajes y mágicos que nos perforan haciendo que lo apocalíptico pueda ser tendencia). Convertir la bidimensionalidad en realidad tridimensional filmada, los dibujos en animales, calaveras de caballo y ojos de cuervo que te arrancan la lengua, es doble juego de fingimiento porque también la película es bidimensional y estática, careciendo del soporte vital de la madera cubierta de pigmentos del original. Pero no podemos vencer a la fantasía de repujado que nos penetra las mentes. Es el juego de las manualidades infantiles: los personajes de la postal navideña se despiertan bajorrelieves. O esas imágenes eróticas japonesas: moviendo un poco al sujeto o al objeto contemplábamos de niños a una señorita vestida y desnuda casi al mismo tiempo.
Bruegel desea construir una imagen en la que una tela de araña recoge, en su maravillosa estructura y transparencia, todas la historias de la gentes (y las gentes deben ser cientos, nos dice la voz de Bruegel). Refleja la pintura el mundo del molino y la cruz, con un dios que mueve el mecanismo triturador y huele la harina con la que se hace ese pan que santifica las mesas. Arriba hay un dios que permite y posibilita la molienda de la producción masiva y centralizada, molino de viento y molino del rey, siendo su sombra esa otra rueda de tortura que vemos a la derecha. La rueda estática del hereje ajusticiado vive abajo y el engranaje movido por el viento arriba. Molino del tiempo(traducen el título de la película), molino que es nueva tecnología en el siglo XVI, gigante quijotesco, revolución del capital sobre sí, tan distinto de esa otra rueda de molienda hecha con piedra y que también vemos en el film de Majewski, muela que pone en marcha la mano del campesino y que no necesita de impuestos ni acciones ni viento, sólo la fuerza de un hombre en el amanecer, la mano y el olor en el valle de las mujeres, sencilla la piedra caliza en su lejanía del gran molino teológico/tecnológico, ese molino que el Estado y los capitales fiscalizarán para controlar la producción.
Pero no nos diseminemos. Átenos fuerte la araña en su red.
Bidimensionalidad y ficción tres-D. Sin gafas. Replicar un cuadro, hacer salir de la imagen plástica un orden y un sentido, una narración, aunque sea siniestra, eso ya lo hace Bruegel. De nuevo la belleza y su sombra nos cuenta más que mil palabras y hora y media de película. La visión del cuerpo desnudo de la joven madre al despertar lo aporta la diacronía del film, aunque ya lo imaginábamos. Como teníamos también noticias del juego de los niños y del movimiento de los carros, la ternera en el trineo y las picas española. No hay suma en la película sino homenaje. Juicio analítico que despliega en discurso fílmico la plástica del dibujo y el color.
La película me gusta porque la palabra es sólo cortesía comercial, nota al pie de página. La imagen se traduce en imagen, pintura y celuloide juegan y crean el discurso estético sobre las artes. El cuadro aparece en el inicio y luego se construye y desmonta contándonos las historias de las gentes (esas que deben ser cientos) en su despertar, en su baile y en el comercio. La voz aparece en medio para subrayar lo inesencial. La historia del Flandes del XVI muestra en su tela de araña - en el cuadro y en la película - la intemporal historia sagrada, con Cristo dirigiendose al calvario, caído en el suelo( y todos los personajes, por cierto, mirando no al centro de lo que importaba - la muerte del dios y la esperanza - sino a lo lateral, a la imagen de Simón de Cirene, el margen irrelevante, el ruido).
Como si los arquetipos sagrados debieran ser recuperados.
Vintage metafísico.
Suele decirse que la pintura de Bruegel tiene algo de arcaica. Su simbolismo nos remite al medievo, lejos de la fuerza modernizante de Rembrandt o Rubens. Sin embargo ese moralismo teológico, ¿no es el más adecuado para recoger las narraciones de toda la gente (los cientos) y la atmósfera de guerra y dolor que se imponía? No sólo Bruegel es hoy actual. Ya lo era en su día porque lo gótico en su metafísica de espacios y artefactos no había perdido (ni lo perdería luego) su fuerza discursiva. Una gramática que el director de la película ha sabido reflejar en su simulacro 3-D, la ficción del cine como realidad de la carreta saliendo del establo, la madre partiendo el pan, el cuervo mirando el mundo.
El cuervo lo ha visto todo pero su historia - como toda la sabiduría animal - es silencio palpitante que sólo el arte revela con su alquimia.
Lo bello es difícil. Y nos maravilla en su riesgo
Espléndida entrada, LUG, como siempre...
ResponderEliminarEsta parada de postas, breve desfiladero en el libro de L, es increíblemente rica y se sumará a la urdimbre (que no a la trama) de su devenir multipolar, arcaico y desjerarquizante...
hace un tiempo tuve una idea similar: preguntar a los otros a qué cuadro se irían a vivir. Imagino que ese impulso responde a varios factores: evasión, pero también necesidad de arraigo, incluso nostalgia de la luz derramada sobre los cuerpos. Quizá querer habitar una pintura, escapar a ella, sea un modo de rechazar el simulacro en el que vivimos, ungiéndonos de ficción, sometiéndonos al dictado del marco, que a fin de cuentas es una morada y traza las lindes de lo visible. Y en cambio, en nuestra simulación cotidiana no hay marcos, o son invisibles: falsa libertad del simulacro. Quizá en esa evasión hay una sed no confesada: bajar de lo hiper-real circundante a lo "real" de la pintura, amonedarnos en un simbolismo reconocible, clavarnos como una mariposa inerte a una ficción; narrar el abismo indecible o el hambre que vamos siendo: historiarnos...
en todo caso, me quedo con la estrategia de la araña. Va segregando su lentitud, el hilo de lo real, fuera de lo apocalíptico como tendencia, en un margen no pronunciado. Se la intenta desplazar, per la araña sabe volver a su centro: sabe convertir la periferia (la mirada) en un centro provisional. Nos instala en la impermanencia. Hace un conjuro de lo fugitivo.
Un placer pasar siempre por aquí
Gracias, Stalker, por lo que toca. Suscribo el comentario y aplaudo - anotando en la en pergamino - la descripción de mi "programa"(sic) con los términos "devenir multipolar, arcaico y desjerarquizante".
ResponderEliminarLa idea de habitar en un cuadro, dibujo, escultura... ya la habíamos comentado en otras ocasiones. No sé si el sentido último de todo esta línea de pensamiento es la coronación de la arquitectura como centro de la tela de araña de las artes (incluída la filosofía y aledaños). Es asunto complejo- la arquitectura asusta a la bicéfala por eso siempre busca el grabado, el dibujo... En el trasfondo de esta nota estaba presente la célebre polémica Ut pictura poiesis, la superioridad de la poética sobre la plástica (o la inversa)y, en este caso, la posibilidad de traducción entre imágenes pictóricas y fílmicas (con sus respectivos fingimientos) y la presencia entre ambas de la palabra.
Gracias, gracias, gracias.