domingo, 18 de diciembre de 2011

La tempestad (2)

John Martin: El festín de Baltasar (1821)


 "Bebieron vino y alabaron a sus dioses de oro y plata,  de bronce y de hierro,de madera y piedra. De pronto aparecieron los dedos de una mano humana que se pusieron a escribir, detrás del candelabro, en la cal de la pared del palacio real...  Mené: Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin.Tequel:has sido pesado y encontrado falto de peso. Parsin: tu reino ha sido dividido..." (Libro de Daniel 5; El festín de Baltasar)
"En efecto,destruido el todo no habrá ni pie ni mano, a no ser equívocamente, como se puede llamar mano a una de piedra:una mano muerta será algo semejante"  (Aristóteles: Política I, 1


El apocalipsis es difícil. Incluso el más portátil de los modelos, el que se usa para diagnosticar diversos aspectos de la vida de una persona o el cierre abrupto de  una etapa. El apocalipsis, siempre en la huella de lo sublime, se hunde irremediablemente en lo grotesco cuando el aire caprichoso limpia sus vórtices en las esquinas lanzando lastre, aligerando su fuerza (es decir, incrementándola ). No es necesario que me adviertan:  el libro de L corre serio peligro de hundir sus patitas en el pantano del patetismo y la cursilería. Me consuela el que a dios mismo se le fue  la mano (dicho sea sin ánimo de risa) cuando se comunica con Baltasar con esa amputación escribiente, ajena a cualquier ente de pálpito - como piedra o madera que simulan cuerpo y humanidad - y que signa en la cal su apocalíptica sentencia: pesado y medido, lo que fue unidad se convertirá en parte. Como es ya solo cacho  la misma mano que, agónica,  escribe las palabras de otro sabiéndose ya ajena al cuerpo, al todo y uno (¡¡ Ἓν καὶ Πᾶν!!) al que pertenecía  bajo la forma de compañero, confianza o  fidelidad.

Destruida la confianza, princesa, ya sólo la mano amputada puede acariciar tu pechoDislocaría, sin embargo, uno a uno mis dedos, para volver a caer en la ilusión que antecede a la tormenta y es su raíz esencial. El burro es el único animal que tropieza dos veces con el mismo hombre.


 Beato de Liébana: Festín de Baltasar, detalle (siglo X)

 La mano que escribe es en sí el apocalipsis. Adviene éste  bajo forma atmosférica  y también como fragmentación y conversión de la unidad en ensamblaje  azaroso de miembros disyectos. La fragmentación y la calidad atmosférica son la misma cosa vistas a través del espejo curvo. Quiebra: zis-zas de  re-funcionalización  hermenéutica de las cosas en sus sombras. Edificios que bailan (Gehry) violentando su función de proteger la danza. A un punto del idiotismo, aún simula escritura o plástica, letra  que viene de una mano cortada, sierva de algún invisible, sin  esa cara que necesitamos para ganar confianza con las cosas y encontrar su ternura. El brillo de tus ojos, princesa, perdido en la tempestad que disloca la vida sin dar la jeta. Perdida la figura, hundimiento del alma en las masas tonales de un  color ceniciento, tedio e impotencia, resquebrajamiento o craquelado de tu cuerpo que   pierde el testigo de las  vestimentas y la epidermis, envuelto en aire, en un perfume fétido o hueco, huyendo del centro del meteoro en el que, dicen , reina la paz.

 Llega L a la isla después de la tempestad, tras un apocalipsis que - por contado - muestra su perfil grotesco, volviendo el pasado bajo la forma de Esfinge erosionada por el simún, arrasada la cara y despiezada por bandoleros y arqueólogos. El apocalipsis de L: ¿la ilusión de que existió confianza o su quiebra?¿Dónde encontrar el extremo del hilo rojo? Es L chatarrero de sus emociones. 

 Cercamos el escenario de lo que sucedió en el otro sitio- en lo roto por una amnesia escatológica - y lo hacemos  entre dos escalofrío. La  mano sin cuerpo  recorre la espalda y provoca un espasmo, una grieta que se abre como si nos atravesara una espada, inaugurando la ilusión de una nueva oportunidad, el encuentro de los ojos y las manos en aquella mesa del café - la Platea se llamaba quizás. Luego, en lo opuesto, la excreción de negaciones y otros demonios en la cama de aquel sanatorio (vieja ya la palabra), abierto en dos como un cuadro de Bacon o un buey colgado en el almacén del matadero. Sin cuerpo, sólo con cuerpo; sin manos. Pintando con el pincel en la boca o en los dedos de los pies. Todo pesado y medido, el reino, lo que pareció  nuestro reino de confianza, se quebró en la negativa, el NO salvaje.

 L llega a la isla en el ridículo del apocalipsis predicho y sobrevivido. La mano tonta firmó el fin de la historia. Y punto.

....la isla es lo seguido al punto final. La medida y el peso del alma humana.

2 comentarios:

  1. El Apocalipsis

    la mano amputada y la medida y el peso de un alma humana

    ¿cómo tasar el estremecimiento entre lo presentido y lo sentido?

    ¿cómo menguar lo que crece entre la gravedad y la gracia?

    El libro de L oscila entre lo centrífugo y lo centrípeto, entre la ascensión y el descenso; esprial más bien, figura geométrico-espiritual irreductible a toda usura...

    me retiro el día 1 de enero, hermano bicéfalo: mi particular silencio y apocalipsis, mi pequeña escisión insignificante

    entretento, será un placer seguir compartiendo y menguando contigo

    un abrazo

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  2. Es el silencio tarea extraña porque el principio activo de la escritura no admite terapeutas (quizás es adicción de por vida). Es triste que anuncies tu apocalipsis y, desde luego, no existen escisiones pequeñas ni insignificantes. Lo insignificante se llena de significado y exige voluntad de profeta (rasgado brutal del alma).

    El libro de L se traza sin plan y se tienta de silencios porque el ángel que lo narra es ejecutado en cada golpe de tecla (matar al golem para reconstruirlo en la siguiente amenaza.

    Sea tu presencia alegría

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