Jordi Ruiz Cirera: Margarita Teichroeb, 26.
(Premio Taylor Wessing 2012)
"Es obvio que ella no sabe cómo se posa para el fotógrafo.
(Premio Taylor Wessing 2012)
"Es obvio que ella no sabe cómo se posa para el fotógrafo.
Creo que la foto da una idea real de lo que es la vida en esta comunidad.
Te muestra lo lejos que están de los demás. "
(Jordi Ruiz Cirera)
La ruda madera solo deja que se pose en su lomo la mano dispuesta al trabajo. No se ve esa mano como aquellos pájaros blancos que habitan la espalda del animal- búfalo sino, más bien, es signo de fuerza sin mediaciones, hierro o bronce porta-estropajo, porta-martillo, porta-sierra... Herramienta de cinco dedos que se dejan caer, ni abiertos ni cerrados, sobre la mesa. El trabajo se ha suspendido solo en apariencia porque, sentada, ella está haciendo una imagen como poco antes coció el pan o saló la verdura (¿cree la joven en la imagen y su coquetería?¿qué es para ella una imagen?) . No se ha ido lejos el quehacer y reposa, sapo blanco y nebuloso, en la luz difuminada del fondo, atmósfera de vaho y agua que friega suelos y cacharros.
Se siente, en la simplicidad del estilo de vida de la joven menonita, un dominio sobre los objetos muy poco dado a la licuefacción de los tiempos modernos. El dominio de las cosas lleva en su talle el respeto y, por tanto, la permanencia. Fidelidad a las cosas apegadas a la mano por el recuerdo del esfuerzo que supuso desbastar la materia para crear la comodidad en forma de banco, armario o mesa.
La simplicidad es ruda como la madera. La comodidad se agradece al señor sobre la mesa que nos acoge.
Todo retrato es un rostro - aunque fuera de espaldas - y aquí el rostro quiebra su óvalo con la mano que cierra la boca, protege del agua que puede llegar a ahogar, da autoridad al retratado sobre su imagen por la vía del silencio oportuno. Porque no es timidez lo que desvela sino dominio de las distancias.
Nos separa la mano de Margarita Teichroeb en un primer gesto pero nos une en comunidad ese pequeño objeto de la derecha de la imagen. Quizás sea un mensaje secreto de complicidad. Es el objeto que ha caído en la contemplación, posado (esta vez, sí) como pájaro sobre el lomo de la mesa. A la izquierda de la joven, en el opuesto sitio al que ocupan las mujeres difusas del fondo, el conjunto adquiere un desequilibrio y una gracia en virtud del pequeño objeto. Gracias a él sentimos que, en el aislamiento rudo de las protagonistas de la fotografía, puede brillar la ternura de las cosas, ese encanto cálido que nos promete el pan y la sal de la hospitalidad cómplice. Sin demasiadas palabras. Es un retrato.
Se siente, en la simplicidad del estilo de vida de la joven menonita, un dominio sobre los objetos muy poco dado a la licuefacción de los tiempos modernos. El dominio de las cosas lleva en su talle el respeto y, por tanto, la permanencia. Fidelidad a las cosas apegadas a la mano por el recuerdo del esfuerzo que supuso desbastar la materia para crear la comodidad en forma de banco, armario o mesa.
La simplicidad es ruda como la madera. La comodidad se agradece al señor sobre la mesa que nos acoge.
Todo retrato es un rostro - aunque fuera de espaldas - y aquí el rostro quiebra su óvalo con la mano que cierra la boca, protege del agua que puede llegar a ahogar, da autoridad al retratado sobre su imagen por la vía del silencio oportuno. Porque no es timidez lo que desvela sino dominio de las distancias.
Nos separa la mano de Margarita Teichroeb en un primer gesto pero nos une en comunidad ese pequeño objeto de la derecha de la imagen. Quizás sea un mensaje secreto de complicidad. Es el objeto que ha caído en la contemplación, posado (esta vez, sí) como pájaro sobre el lomo de la mesa. A la izquierda de la joven, en el opuesto sitio al que ocupan las mujeres difusas del fondo, el conjunto adquiere un desequilibrio y una gracia en virtud del pequeño objeto. Gracias a él sentimos que, en el aislamiento rudo de las protagonistas de la fotografía, puede brillar la ternura de las cosas, ese encanto cálido que nos promete el pan y la sal de la hospitalidad cómplice. Sin demasiadas palabras. Es un retrato.
la captación de un instante tiende a nuevas trazas, al resto de caracol-pájaro que no es liquen ni brizna. Ha sido hermoso dejarse llevar por tu mirada atenta. “El dominio de las cosas lleva en su talle el respeto y, por tanto, la permanencia.” A-cercarme como rama que desprende nido, acomodarme al frente y desviar igualmente la mirada, acogiendo el nido, voluta, pero inquieto por su significado.
ResponderEliminarSaludos amigo.
Digna compañía la de la mirada compartida
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