«L'hypocrisie est un hommage que le vice rend à la vertu.
Rochefoucauld
Rochefoucauld
Hay peligro en todo homenaje y por mucho que el poeta dijera que en el peligro habita lo que salva - no creo, alma, no creo -, habrá que tener al vigía alerta, certificando las invitaciones con criterios blindados, un poco carca, me dices, sí, pero es menester que aquellos que se rinden a la virtud sean en verdad vicios y, siéndolo, dejen sus armas en la puerta, los dientes arrancados y envueltos en un pañuelo, embolsados en la gabán sus sexos, vientres y vejigas, todo el exceso de sus sombras congelado en una mueca o pose ridícula exigida como vestimenta de gala para provocar al menos un simulacro de sonrisa, ligero movimiento de labios que devuelve la medida de las cosas, luz de la virtud esa sonrisa, luz de la muerta que tan bien luce en su ataúd de cuero negro, donación de la lujuria.
Es extraño todo homenaje pues resucita viejos y defenestrados modos. No se sabe muy el porqué de la ceremonia. El homenaje del vicio a la virtud quizás desvele a la mesura su muerte ya avanzada, carroña visitada en el espejo de la ebriedad, como un cuadro de Bacon, retenida la desmesura un segundo en el borde de la carcajada - porque estar en ese limes será toda la pleitesía de la que dispone el que gana, el vicio que reparte las invitaciones para contemplar el descenso de la homenajeada por el espejo.
O pudiera ser de veras el homenaje y el vicio sostuviera la tesis de la virtud como reina del cotarro.
O, bien pensantes, digamos que puesto que al circo y a la hipocresía nos lanzamos - para no decir o decir lo contrario - sea ese ejercicio de mentira todo lo que el ebrio vicio puede ofrecer para salvar su alma en el templo clásico donde habita la vieja medida dos mil años después de su caída en desgracia.
No se sabe.
Hay muertos que ganan batallas después de muertos y hoy, mi alma, añoro a la vieja dama mesurada
No acepto esa carcajada taxidérmica que el vicio me muestra como si fuese genuina sonrisa. Me huele el vicio a la grasa y el sudor que sus maquillajes desgobernados no eliminan.
O pudiera ser de veras el homenaje y el vicio sostuviera la tesis de la virtud como reina del cotarro.
O, bien pensantes, digamos que puesto que al circo y a la hipocresía nos lanzamos - para no decir o decir lo contrario - sea ese ejercicio de mentira todo lo que el ebrio vicio puede ofrecer para salvar su alma en el templo clásico donde habita la vieja medida dos mil años después de su caída en desgracia.
No se sabe.
Hay muertos que ganan batallas después de muertos y hoy, mi alma, añoro a la vieja dama mesurada
No acepto esa carcajada taxidérmica que el vicio me muestra como si fuese genuina sonrisa. Me huele el vicio a la grasa y el sudor que sus maquillajes desgobernados no eliminan.
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