jueves, 17 de abril de 2014

EL PASADO (o los efectos de una negatividad sobredimensionada)




 "El espíritu es lento porque se demora en lo negativo y lo demora para sí. El sistema de la transparencia suprime toda negatividad a fin de acelerarse. El hecho de demorarse en lo negativo abandona la carrera loca en lo positivo"                                                          (Byung-Chul Han: La sociedad de la transparencia).
   
¿Hasta cuando demorarse sin hundirse en la deflación de lo real?


  Veo « El pasado »(Le passé, 2013), película francesa con guión y dirección de Asghar Farhadi. El relato nos presenta a Ahmad, un hombre iraní que regresa a París para firmar los papeles de su divorcio. Allí descubre la tensa situación en la que viven su ex-mujer (Marie), la hija adolescente de ésta (Lucie), su actual pareja (Samir) y otros dos niños que habitan en una destartalada casa de las afueras de París. La mujer de Samir está en coma en hospital, tras un intento de suicidio cuyas razones trufan el final de la película.  Nadie se aguanta y el amor, posible protagonista de la historia,  está envenenado o envenena la vida. Ahmad intenta introducir un poco de « talante » comunicativo pero no hace más que sacar más focos de tensión (incluidos los suyos) que no conducen a nada. La negatividad campa a sus anchas y las fuerzas dramáticas invaden toda la pantalla.  El argumento ahoga la historia en su propia desazón porque nadie se salva del tormento. Los niños parecen víctimas de las locuras de los adultos pero, en su justa medida, no ocultan las pequeñas crueldades. O la crueldad sistémica se manifiesta también a través de ellos.

A la hora y media de película, me dije que iba a ser muy difícil que el guionista encontrara una salida de este infierno. ¿Cómo romper la sensación claustrofóbica y la angustia? El guionista-director sabe que debe girar la historia en algún punto.  La película exigía romper la inflamación trágica de lo negativo, el trabajo de lo lento. Hay un totalitarismo de las sombras y la opacidad nos ahoga. ¿Qué pasa en la película? Para liberarnos del dolor que está a punto de despertarse tedio (el horror del tedio frente al horror),  el guionista  transfiere  la sensación de "culpa"  -  la responsabilidad por el suicidio de la mujer del amante de Marie-  a una joven empleada de la tintorería de Samir que no había tenido mayor relevancia en el relato. Un auténtico deus ex machina o un remedo de la expulsión neotestamentaria de los demonios en la piara de cerdos. Pero esto es solo un alivio temporal porque la historia nos habían mostrado el lento trabajo de las sombras de un modo apabullante. En el fondo, que un cordero pascual se lleve una porción de angustia solo es un anuncio de que la película (o el culto ritual) debe acabar y que toca la hora de salir a la calle. En la sala, sospecho que no va a ver solución ni arreglo. 

Imposible ya evitar que la cámara cierre el obturador y diga « fin » en un momento cualquiera, sin culminar la historia ni moralizarla. Porque yo creo que « El pasado » no quiere ser un reportaje nihilista sobre el dolor de las relaciones humanas sino un cuento moral, un poco en la línea del A puerta Cerrada de Sartre. Pero el cuento moral no aparece y el guionista nos saca de la historia a través del olvido narrativo del micromundo que habíamos sufrido en las dos horas del película. La casa destartalada de Marie se abandona y acabamos en otro sitio. Centrados en Samir, personaje que crece en el último cuarto de la película, a los otros personajes los deja en su dolor « al otro lado del río », desfigurados. No hay fin. Ni el amor ni la comunicación triunfan en la última escena aunque "lo parezca".

El sobredramatismo que refleja la película impide que la tragedia narrada nos emocione de veras. Sin embargo, en nuestras vidas, ese sobredramatismo que imposibilita  el objeto artístico se muestra sin ningún tipo de rubor. Las tragedias se encabalgan unas sobre otras y el Sistema de Reparto de la Buena o la Mala Estrella puede insistir en la avalancha de golpes sin término sobre un único individuo o grupo. Unos pocos reciben demasiado y la miseria llama a las futuras desgracias. Por eso, es ya lugar común afirmar que el arte no debe (o puede) imitar a la vida. No. El arte es escenario, ficción, representación de máscaras y caricaturas. Lo otro de la vida  para oxigenarla de orden y belleza.

Pero hay otra reflexión  que me ha sugerido la película. Si en el mundo del arte demasiada verdad rompe la verosimilitud, en el orden de la moral y la apertura fraterna al otro, la acumulación de desgracias cancela la empatía. Por eso quizás decimos que  el pobre es pobre pero honrado, como si la imagen del desgraciado cabrón nos trastornara el sentido ético. Tanto en la narración artística como en la apertura moral,  debe existir algún tipo de forma que dé proporción, un límite que trasparente el consejo y la idea,  unas fronteras que nos permitan centrarnos en unos puntos que anuncien espacio de salvación. Por eso, si toda narración o ficción artística es un falseamiento de la vida porque no admite la sobredramatización, la respuesta moral exige también un ajustamiento, un simulacro que alise los infinitos pliegues del dolor, y nos permita que el otro se positivice, se coloque a la mano de nuestra solidaridad. Ni la obra de arte ni la respuesta ética no pueden ser indefinidamente lentas (en el sentido de la cita y la reflexión de Han). Cuando empatizo,  mantengo una distancia de objetivación o positivación  que me ayuda a que pueda prestar mi brazo, lanzar una señal de apoyo sin que el vórtice del horror me atrape. En ese horror por ser engullido, la moral se apaga. Nace la teología. Quizás el terrorismo.


La película nos dice – sin que saque más consecuencias narrativas de la tesis - que el pasado es el telón de fondo sobre el que se construyen todos los dramas. Y, por eso, lo mejor es mirar hacia el futuro sin lastre. Pero eso que se nos dice no lo vemos en la película sino, quizás, fuera de ella, en sus márgenes no narrados. ¿Cómo podemos evaluar ese peso del pasado para saber si es preciso cerrar ya  las puertas? Porque la comunicación como instrumento de resolución de tragedias queda en entredicho. Sabemos, eso sí, que hay veces en que romper con todo, partir los nudos, abandonar por la puerta trasera como aquellos que salían de Sodoma, es la alternativa más sensata. No todo lo puede el diálogo ni el amor. Pero la película no pone en liza al amor frente al olvido y la escapada. No subraya la inseguridad positiva  que hará que nunca sepamos si merece la pena seguir con la comunicación como planteaba el personaje de Ahmad, si cabe el amor un poco más rato, pero que aún así lo contrario es la muerte.

  La película nos saca de la historia... como esperando una secuela que.... ¿tendré interés en ver ?

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