jueves, 10 de abril de 2014

Despiste empático

 Hay una ventana que oculta, bajo la forma de la visibilidad, a una mujer joven montada en una bicicleta estática. Quiero y puedo hacerme una composición de lugar. A veces la vida interior de los otros, contra toda evidencia y zancadilleando a la tradición filosófica, se me muestra más nítida que mi propia intimidad. El caso, para no perdernos, es que la joven pedalea con fuerza e intenta recorrer la ruta que conduce a un horizonte verdaderamente extraño definido por el cronómetro incorporado en el artefacto o la reacción de su mente ante el esfuerzo del cuerpo. Si el corazón se siente como entidad extraña a punto de reventar, la joven dejará para otro día el camino emprendido. No es cuestión de morir para no ir a ningún sitio. O, no niego la posibilidad, la mujer luchará contra el sudor y contra el palpitar encabritado de su corazón evidentemente enamorado y llegará a la marca del reloj, la media hora pongamos. En el trayecto, como todos, ella pensará en esas palabras llenas de connotaciones que ha oído a su compañera de trabajo. Arco iris de sentidos, insinuaciones, maledicencia, sospechas infundadas acerca la doble vida que, desde hace un año, la ciclista compagina con la simplicidad del quehacer. Como en el exterior, de manera un tanto sorpresiva, ha empezado a llover, el ruido del agua distraerá la concentración, despistará a la deportista que pondrá fin al ejercicio. Una ducha. Una cerveza y la mirada fija en la televisión que vomita un concurso en el que hay que adivinar palabras a partir de la inicial y la definición. Un penúltimo recuerdo para el corazón enamorado de aquél que habita ahora en otra  ensoñación, quizás la misma,  sincronizados en la más profunda empatía.

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