Noté la presión de las esposas en mis muñecas y el gesto impaciente del guardia introduciéndome en la sala. La Justicia me miró desde su pedestal de rebelde equilibrista y, por un momento, confié en que mi causa fuera bien instruida. La nueva magistratura democrática sacaría a la luz la burda manipulación de pruebas que me había llevado a vivir más de cuarenta y nueve años entre rejas. Entraba exhalado por la esperanza. Cerré los ojos nervioso y, al volver a abrirlos, los carteles de los corredores me conducían a la salida. Mi juicio había tenido lugar hace casi cincuenta años y estaba publicada la sentencia. La revisión, me dijo el guardia, en 2012, medio siglo a contar desde la fecha.
(Imagen: George Grosz: Der Lebensbaum,1927)
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