domingo, 15 de abril de 2012

Diccionario de la debilidad



Jackson Pollock
Cojones

Lo ves, cariño, coinciden en el diagnóstico tu pequeño macarra y la terapeuta. Te faltan cojones. Pero no te equivoquen las palabras, siempre ellas el enemigo del alma. El muchacho te dice maricona, te invita a la resolver el asunto a hostias y,en el flujo mecánico de sus actos de invocación, te conduce a la modificadora de conductas, la psicofiscalía, insistiendo ella en por qué no le has partido la cabeza, anotando en su cuadernillo lo que tú mismo dices entre convulsiones de gusano:me falta credibilidad, señora, me falta credibilidad.

Y ese es el problema, chico, en el pasado, cuando me mordías el labio en las traseras del Espolón para no degustar mi lengua deseada, y ahora que parece que ya has renunciado a follarme y tus testículos han somatizado la herida del alma, que ahí ha tenido instalarse la angustia impotente para hacerte entrar en la sinrazón.

Son los cojones, amigo, la habitación de la leche germinativa y la marca blanca del placer que domina tu invasión de la tierra. ¿Por qué no me has cubierto con ella? Te falta carácter y credibilidad, perrito sin dientes, y en ese hueco introduces a presión los deberes vacíos, la bondad de tu sonrisa de cartón piedra, la necesidad de alabanza canina, esa presión del amo en tu lomo después de que traes la presa o anuncias la presencia de la víctima. Tus amagos de voluntad duran un suspiro porque, cuando te ves con la garra en el mundo y levantas pecho frente al que intentó amilanarte, tuerces la cabeza como niña poseída, buscando al otro, al que te domina, al amo, padre o jefe.

Y tus colmillos se esconden como en una corrida frente al monitor de la pornografía, rápida y escasa, grisalla en tus manos y en la cara oculta de los muslos, arrepentido, en la segunda convulsión, de todo el movimiento.

Exiges al dominante, como si los cojones, en tu caso, tuvieran su lugar fuera de ti, en ese otro que te salva de tener que morder, matar y gozar por entero del acto osado. Vuelves al gesto del cazador sobre su podenco: la caricia que es golpe y humillación a la vez. Tu deber, resquebrajado por la falta de credibilidad de su portador,te cubre de polvo y escombro fino. Te mea, lluvia dorada del humillado.

Coinciden todos, cariño, y yo sigo esperando el ímpetu de la embestida. Por eso haces bien en comenzar tu diccionario de la debilidad con esta palabra. Sin embargo, evita que la ternura de las palabras y las cosas te castre de nuevo, como lleva haciéndolo tantos y tantos días, dieciocho mil y pico por lo menos.

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