domingo, 3 de junio de 2012

Auster(4). Contingencia






BEMENT, Illinois.— 1955.
© Eve Arnold / Magnum Photos


Doy gracias a dios por la ruina de mis accidentes, 
matriz de las cicatrices que marcan mi rostro

A todos aquellos que colisionaron conmigo. 

Hoy soy nietzscheano: 

Amor fati!!




“El inventario de tus cicatrices (…) Rara vez piensas en ellas, pero cuando lo haces, entiendes que son marcas que te deja la vida, que el surtido de líneas irregulares grabadas en la piel de tu rostro son letras del alfabeto secreto que narra la historia de quién eres, porque cada cicatriz es la herida de una herida curada, y cada herida era resultado de una inesperada colisión con el mundo; es decir, de un accidente, de algo que no debía ocurrir a la fuerza, porque por definición un accidente es algo que no sucede necesariamente. Acontecimientos contingentes en contraposición a hechos necesarios, y mientras te miras al espejo esta mañana comprendes que toda tu vida es contingente, salvo por el único hecho necesario de que antes o después tocará a su fin” (Paul Auster: Diario de Invierno)


Con demasiada frecuencia consideramos que lo contingente, ese accidente inesperado, la colisión para la que no habíamos puesto plato en la mesa y se presenta intempestiva en el banquete, pudo no haber tenido lugar. Eso marca el canon del diccionario y la biografía de la tribu. Sucesión de accidentes nuestro ser, decimos, no debimos haber tenido lugar.Y ese decir es cierto, decimos, porque se apoya en Dios, nombre antiguo del Destino o el Sistema o la Circunstancia o las diversas Estructuras de Emplazamiento y otras Plataformas, todos con la misma cara, ese amante que nos visita por las noches y nos dice gatito, no debió pasarte esto. Solo debiste tener un poco más de fe en mi. No niega mi alma que, fuera de toda duda, el accidente acaeció pero, amante de la geología más que de la botánica, precisamos que carece de sustancia el accidente porque pudo no haber sido, que nos lo dice quien sabe,y debe ser arrinconado frente a esas potencias de las Necesidades que nos visitan: la muerte, el destino, la sobredeterminación. Eso indubitable, lo que solo nos roza y nunca se queda después de follarnos, es lo que nos define y perdona los accidentes. Lo real que libera de las cicatrices. Somos por ellas, por las fuerzas de las plataformas, porque ellas nos rozan y, tras beso o bofetada, se largan con su esposo . Ay el vacío de su ausencia. Pensamos así. Por tradición. Y la filosofía no ha conseguido eliminar el mal hábito (quizás, dicen muchos, no sea vicio del pensar, sino virtud).

ORACIÓN
Oh, señor: Cerraré mis orificios a su presencia y, aún así, ustedes me violarán.

Soy la precariedad de todos los accidentes, el humo de la batalla cósmica, el suspiro.

Todos mis accidentes y colisiones con el mundo derrumban mi ciudadela, el tálamo nupcial donde me habita el destino.

No quiero tu cama, ni las murallas.

Soy el hijo de las colisiones. No reconozco a mi padre ni a sus ancestros.

Soy y mi ruina es la prueba.

Soy el hijo de la violación y en ella encuentro la fuerza de mi contingencia.

2 comentarios:

  1. Ficha para el archivo de los personajes que no dejan indiferentes:

    Nombre: Sr L (sin apellidos, no necesita)
    Profesión: Filósofo (por mérito propio y la certificación de la Universidad de Salamanca)
    Edad: Otoño de la vida (según refiere)
    Domicilio: una isla perdida.
    Hobby: espeleología de la intimidad. (Imagino su isla muy escarpada por las muchas incursiones que realiza)

    ANEXO: No aporta foto ni fotocopia del DNI. Se describe con sentimientos y se identifica con el uso de la palabra oportuna.
    Sin la voluntad de vulnerar la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal.

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  2. Madame Anonymous:

    qué bellas palabras y cómo aportan sonrisa a mi cara (ahora que son las 5:24 am). Más allá de la emoción, examino con frialdad de bisturí láser el enfermo que presenta en su radiografía. Todo es duda en el otoño de la vida - expresión que acepto porque en estas entradas de la blog estoy orbitando sobre el Diario de Invierno de Auster. El bisturí penetra en el embrollo emocional y no sabe si cortar el cable rojo o el amarillo. Somos bombas de película que deben desmontarse a sí mismas.

    Una pregunta que yo no sé contestar y que apela a su mirada: Si, en efecto, fuera cierto que mi tarea sea la espeleología de la intimidad en la isla de L, ¿esto me anularía como filósofo y me convertiría en mal poeta porque habito en esa isla "tan como de uno mismo"? ¿Debo salir de la isla de L para hacerme un hombre? ¿ Soy espeleólogo de la intimidad por defecto del carácter, por circunstancias de la vida o por voluntad férrea? ¿Cabe esperar que un día lleguen los piratas a la isla de L y me liberen de mi soledad para convertirme en eunuco de un harén otomano o en bufón que recita a Shakespeare en la isla de la Tortuga?.

    Por cierto: la protección de datos de carácter personal es un timo en la isla de L y, me temo, en el exterior. La espeleología de la intimidad, ¿cuánto no tiene de mentira y trampa? ¿quién nos protege de nuestras trampas autobiográficas?

    Bicos na mañá

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