Has sido estos días corrector-vigilante en las Pruebas de Acceso a la Universidad. Hace años te nombraban solo corrector aunque también ejercías la
tarea de control. Ahora dicen corrector
y vigilante, con conjunción que une la sapiencia del juez con el ojo avizor
del policía. Es tierno este ataque de realismo nominalista para identificarte.
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Estás en una gran sala de la Politécnica de estructura cúbica y con dos grandes
columnas de hormigón que sujetan su techo a quince o veinte metros de altura. Supongo
que, en la idea, ese espacio debía destinarse a la investigación o a pruebas de
taller. El espacio es más bello que un gimnasio o polideportivo. Un chico nos pide que no le coloquemos cerca
de la columna, amenazado por su sombra de metro y medio de diámetro. Le produce desazón
estar pegado al cemento, en el hábitat de la grisalla.
No es capaz de
sentir la piedad del espacio desangelado.
No se cambió al chico de sitio.
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Dices: “quedan
quince minutos para que acabe la prueba”. Te gusta tu voz en la sala
habitada por el susurro de las hojas de
papel y el ruidito de las sillas que chirrían dentro de la respiración
adolescente. También sientes atracción
por tu letra, escrita con bolígrafo azul en un papel de examen, redactando este
fragmento que ahora trascribes. Aparecen todas las letras, redonditas e
inteligibles. La ternura de las cosas.
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Dilema. La norma dice claramente que solo se puede
entrar en la sala de examen si se muestra al vigilante la acreditación y el
DNI. Cuando los alumnos salen, finalizado el primer ejercicio, dejan el carnet
y la documentación dentro, por descuido o intentando adueñarse del espacio con
esa espontaneidad tan bonita en la gente teen.
Evidentemente, cuando de nuevo quieren entrar, el vigilante aplica la norma e
impide su paso porque no tienen acreditación fuera de la sala, en el limes. De ese modo, los individuos se
enfrentan a una situación en la que, si quieren introducirse en la sala, deben poseer
el documento que se haya, precisamente, en la sala.
¿Cómo salir del entuerto? Solo se puede rompiendo la universalidad de la norma
o, seamos humanistas, flexibilizando
su interpretación. Los chicos y chicas
entraron en la sala sin poseer acreditación porque el vigilante confía en los rostros jóvenes que ve o porque más tarde, en el futuro dilatado, se podrán comprobar sus identidades o, en fin, porque ya
entraron una vez y suponemos que las condiciones del solicitante no han variado
en un par de horas salvo por esa tontería de la acreditación que demuestra que son solicitantes.
La hermosa flexibilidad interpretativa nos
impide terminar jacobinos del culo y guillotinar a la masa estudiante
olvidadiza.
Los chicos entran porque cuando se les nombra dicen “oui, c´est moi”, el vigilante reconoce cuerpos y rostros y se supone que ningún pretendiente ilegítimo va a desear
entrar en ese espacio cúbico.
Suponemos la ausencia de malicia y actuamos con
flexibilidad sin necesidad de decir que no hay normativa.
En las Pruebas de Acceso se pide una
corrección flexible, suponiendo que el alumno está de hecho preparado para
acceder a la universidad aunque el documento que lo acredite esté dentro de una sala cúbica
Todo dilema se supera asumiendo la falta de
malicia.
Esta situación parece un sueño con
apariencia de paradoja lógica.
Superar la prueba, de hacer y deshacer sin salirse del cúbico principium enunciatum, sin perder la reserva energética empleada, empapelada, redactada. Aunque dentro de esos manojos de nervios andantes tal vez alguna futura tortuga a saber si policéfala, exista un germen que se aproxime al texto de forma radial y a medida que pierde terreno corte como una cizalla la referencia, la regla, rotando hacia el bluf del aprobado.
ResponderEliminarSaludos.