jueves, 19 de septiembre de 2013

Imágenes e intimidad (Polémica ut poiesis pictura)

Luna y Bruma cerca de un punto de luz rojo
(desde mi ventana, 6:30 a.m)



 De la imprecisión de las imágenes. Todo un tópico del pensamiento.  Dice el concepto: "Es pura ebriedad suponer que algún icono plástico vale más que mil palabras. Ni se imaginen que la forma material pueda ganar al logos. Es demasiado el lastre. La imagen es ininteligible en el huevo que la ve nacer".

Creemos que este horizonte de emplazamiento de la experiencia o plataforma está superada por los tiempos. No confío. Su estela está ahí manteniendo el fuerte en las cimas de las montañas y los glaciares.

 .... en el mundo de las palabras se establece nuevas tensiones, réplicas de la inicial,  y las imágenes lingüísticas, los mitos y las metáforas, se consideraron tanto tiempo hijas casquivanas y un poco taradas de los conceptos, que la estela nos sigue acompañando en la sombra del pensar. La metáfora es la quinta columna de la destrucción del entramado de las ideas. El servicio secreto de las fuerzas salvajes del cruel Fumanchú. Peligrosos agentes infiltrados para destrozar las cosas con su exceso de significado.

Dicho así, hablar del carácter vago y diseminado de nuestras imágenes,  pudiera querer vindicar a los conceptos, en su apabullante disección, en su función de resolución de problemas. El eje de muchas terapias.

Todo así hasta que, en la sospecha,  caemos en la cuenta de que los conceptos son imágenes encriptadas o, como decía Nietzsche, momificadas. Los productos de una mente enferma o un asesino en serie. Y esta extraña conciencia combate,cuerpo a cuerpo, con bayoneta y pedrada, con la estela del rigor conceptual que aún respira en nuestras meninges como ideal y rey secreto de la escritura.


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 Quizás es que no se puede ver la Luna salvo entre bruma y balizada,  presa de una luz roja que dicen  facilita los peligrosos aterrizajes nocturnos.

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 La fragilidad de la intimidad. De mi intimidad si hiciera falta marcar posesivamente al concepto y a su amo. No me pregunten  qué entiendo por intimidad porque solo sé balbucear cosas como "eso que me duele a la altura del pecho", " aquel rincón en el que todo pasa como en otro tiempo", " lo de más adentro, en el corazón de las mentiras". Qué se yo. Cosas del amor y sus desasosiegos. Y de la templanza que sigue al sentimiento como la cola del lagarto.  Lo que ahora quiero decir es que  al hablar del carácter frágil de mi conciencia interior estoy mostrando como propia una cualidad  más adecuada al mineral o a cualquier otro objeto inerte y desalmado. Lo opuesto al alma.  Frágil es el cristal. Se rompe. ¿Se rompe también mi intimidad si quiera metafóricamente? Eso dice la imagen, asociando el ente inerte e insensible (el mineral de suyo frágil) con lo que pareciera hasta este momento el elemento más vaporoso de todos, el puro éter,  allí donde lo inerte solo deja huellas del recuerdo de una muerte futura (etcétera).

Hablar de la fragilidad de mi intimidad es unificar a los cinco elementos. El éter es pariente de la roca en este sentido.
 La fragilidad, aplicada a mi conciencia, parece que lo primero que hace es desalmarme para, acto seguido, dejar que las fuerzas que me rodean y que hasta hace poco parecían mías, se muestren como cosas exteriores, extrañas (el amor, de nuevo como ejemplo paradigmático, crea sus propios monstruos en el alma desalmada). Desalmado /desarmado, estoy a merced de todos los monstruos que, con mis conceptos, he invocados y que en su forma conceptual son inofensivos. La idea de revolución nada hace cambiar el mundo. El concepto de amor no pone cachondo ni ultrasensible. El amor sí nos rompe y, en esa versión, lo que debía convertirnos en superhombre, nos destroza. El amor es la revolución(decían).

Gozosamente (sin embargo) se rompe.

Un cristal no sangra por definición, aunque, en la lógica de las imágenes y  en su juego, el cristal sangra, como las Vírgenes de los milagros, cuando hablo de la fragilidad de mi intimidad.

 La fragilidad de la intimidad implica, así lo explica el concepto, que hay una incapacidad de responder a los estímulos del medio con esquemas y cartografías adecuadas. Una discapacidad emocional e intelectual. Si esa fragilidad de la intimidad se ha tratado de resolver con alejamiento, glaciaciones emocionales o mordida de los labios que se quieren besar, ahí se dice que la discapacidad entra en el orden de la patología. Se es una intimidad morbosa, gangrenada por el maestro de todas las ceremonias: el miedo.



(Nota a la imagen: 7:30 a.m.  La presencia de la luz solar ha hecho desaparecer a la Luna del horizonte. Queda, eso sí, la luz roja del balizamiento. Si me doy maña y tiempo podré alunizar en aquello que ya no se ve con la ayuda de esos pequeños signos que marcan pistas, sendas y caminos de cabras).



2 comentarios:

  1. Uf, sigues sembrado, Luis, a pesar de habitar la llanura burgalesa.
    Un tema que siempre me ha interesado, el del "logos", palabra, concepto, imagen... No sé exactamente cómo funciona y cómo surgen en nuestro cerebro los primeros estereotipos, pero deben ser visuales, sí, y los encriptamos como dices. Y el proceso de la escritura..., cuando se va de una palabra a otra, de un concepto a otro, de una imagen a otra. ¿Por qué a esas y no a las distintas o a otras similares? Un galimatías, aunque tú seguro sabes resolverlo, que para algo eres filósofo, ¡hala!
    Un abrazo.

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  2. El filósofo, querida Isabel, ya se sabe que es el eterno principiante y son las preguntas las que definen sus "claros del bosque", esas zonas de significados, ideas e imágenes, a las que damos vueltas en el intento de superar el silencio sin demacrarlo en exceso, sin desnaturalizarlo ni desalmarlo (¡ Ah, qué propicio aquí el "cobijo de la desalmada"). La maraña de palabras, imágenes, conceptos que fluyen cuando, por ejemplo, escribimos nacen de secuencias que nos llevan en su génesis a las experiencias iniciales, a los ritmos de las tribus en las que nos hemos ido instalando o al profundo aliento que violenta todo lo anterior y que, ante una frase feliz, nos deja como pasmados, con la sensación de que lo dicho no es lo propio de la experiencia inicial o el lenguaje de las tribus. Un soplo. Un ímpetu. La libertad, el espíritu, el amor... lo que se da. La sorpresa del logos.

    Un abrazo

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