Domingo. Alguien me ha dicho esta mañana que las tardes de los
domingos debieran ser planificadas a cargo de los presupuestos
públicos para superar la sensación de vacío que embarga a gran
parte de la población en ese día, sobre todo después de la muerte
de Dios. En vez de discutir sobre las estrategias para mantener un
gobierno o cambiar una legislación irracional, los mandamases
tendrían que estar la semana pergeñando estrategias adaptadas a
cada ciudadano – como dicen que serán los fármacos del futuro -
para no caer en el ostracismo fosilizado del domingo por la tarde.
Esa es la propuesta que me ha contado un desconocido antes del
mediodía, anticipando con terror en su cara lo que iba a suceder
después del almuerzo. Sin querer entrar en discusión con tan
amable ciudadano, no es mi vocación ni estilo, creo que hay en mi
otra línea de opinión que paso a comentar. Una línea que no
exigiría participación estatal y que, por lo tanto, dejaría libre
al gobierno de la tarea de mejorarnos el domingo. Quedaría así su
agenda franca y expedita para ocuparse de las misiones
trascendentales que, es de suponer, exigen nuestra abstención. Al grano
con mi discurso.
Que las tardes del domingo son penosas y que esa
pena densa se reitera todas las tardes de los domingos es un tópico
tan extendido y conocido que seguir en él ,cuando se puede estar
en otro sitio (y se puede estar porque después de tomar conciencia
de que estamos en un tópico podríamos romper su embrujo) es
síntoma de que nos hallamos morbosamente a gusto estando mal. ¿A
qué se debe ese gozo enfermizo? Sencillo: obstinarse en el malestar
nos hace sentir verdaderamente libres y esperanzados. Lo habrán comprobado y
algunos de ustedes, los más reflexivos, están ya moviendo su cabeza en
señal de aprobación. El prejuicio considera que si
fuésemos máquinas programadas no viviríamos espacios de tristeza .
Luego si estamos tristes es porque no somos máquinas. Sufro luego
soy libre; soy libre luego hay esperanza de redención. De esta forma, el peso
vital de la tarde del domingo es un para-impuesto que fetichistamente
pagamos. ¿Con qué objetivo? Sentirnos libres y ligeros en otro
lugar o tiempo. Sufrimos para tener esperanza en otro momento
¿Cuándo? El lunes. En efecto, y aquí está el núcleo de mi
discurso, si el domingo es doloroso, el lunes queda bendecido como el
día en el que acabó el maldito domingo. El lunes es visto como la
línea de salida de nuestra proyección vital positiva. Será mañana
el día en que empiece todo y para que lleguemos al primer día del
resto de nuestra vida, al punto alfa del ciclo en el que
definitivamente todo será mejor, pagamos con un domingo pre-suicida.
Pensamiento mágico de manual: si no sacrificas no recibes bendición. Sin embargo, ¡ no funciona el algoritmo mágico! La prueba es que seguimos lunes tras
lunes acabando en domingos infernales. El lunes nunca abre el futuro
definitivo. ¿Por qué? ¿Debemos perder la esperanza al ser negados por la
experiencia histórica? No. Hay que buscar las causas. Creo que el lunes no arranca hacia la felicidad como el
primer día del resto de nuestra vida porque el domingo pesa
demasiado y lo lastra con su pena fósil hacia un fondo en el que habita una
mala filosofía de la historia. Sí, el domingo hunde al lunes como
los viejos presidentes hunden a los países. Con modestia creo que yo tengo una
propuesta revisionista. Por un lado, hay que seguir considerando el lunes
como el punto de inflexión para el resto de nuestra vida. Mantenemos
la bandera en alto. Que el rojo amanecer nos envuelva. El error ha
estado en creer que fatalmente el domingo debe ser domingo de
ansiedad. Y no. El domingo puede ser mejorado por una ligera
crono-intervención. Fuera el malestar a lo bobo. nada de sufrir por el mañana. Sin perder ese
sentimiento optimista hacia el lunes de renacimiento
propongo crear un espacio de ensueño cerrando el domingo unas horas
antes. Creemos un lunes de ficción – un "como si" lunes – que sustituya a la tarde del domingo. El domingo se mantiene en la mañana, justo
hasta la sobremesa, y luego pierde unas horas que entrega al NEO-PRE- lunes. Un prólogo "como si" con música de vals. Propuesta concreta: el
domingo termina a las 16:00 y esas ocho horas sustraídas se aportan
al nuevo espacio de ligereza que anticipa el renacimiento del lunes
en el que todo cambiará. Planifiquemos el domingo desde la
iniciativa personal convirtiéndolo en ejercicio de nuestras
libertades soñadoras . Diseñemos, artistas de nuestro porvenir, con un real lunes de gloria,
inicio de una semana en la que, esta vez sí, alcanzaremos la senda
luminosa del futuro que nos espera: el amor correspondido, el fin de
las disputas, la buena mesa en todos los rincones. Cuando lo
consigamos, si lo conseguimos, puedo prometer que el domingo será el
último domingo. Y no habrá más lunes. Aleluya.
Me has recordado los tiempos en que yo padecía los domingos, sobre todo por la tarde. También en el inicio arduo del lunes, aunque este suponía luego normalización. Lo normalizado siempre dio seguridad, satisfacción, acomodación, aunque nos sintiéramos máquinas (productivas, consumidoras, relacionadas) Y todo consistía en pasar la semana velozmente para confiar en un fin de ídem reproductor de fracasos e insatisfacciones en otros órdenes. En fin, me has recordado aquel falso axioma de los tontos de que el mal es necesario para comprobar el bien. O el otro análogo de que el dolor es imprescindible para valorar su carencia (muchos no se atreven a nombrar al placer)
ResponderEliminar¿Has superado el momento dominical? ¿Has encontrado el mejor modo de estar, oh Fackel?
EliminarSuperado por inercia de los acontecimientos vitallaborales, hermano. Uno sigue siendo en parte engranaje, pero los márgenes ahora son más relajados. Ahora se puede uno revolver más contra la mentalidad maquinista, siquiera no colaborando en muchas de sus facetas. Había otro mundo, en éste, pero que no era aquel mundo. No es que sea la panacea, es el desquite. Simplemente. Y la necesidad de recuperar el tiempo perdido (un improbable pero también un aliciente)
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