Viajo a Toledo. Me gusta Toledo y me adapto con placer al trasterío de la autopista y a las seis horas de viaje (ida + vuelta).
Nunca había estado en Toledo y me digo,huy, qué vergüenza, tío, mantienes intacta a tu edad la posibilidad de descubrir cosas no vistas y bellas. Eso es así.
Me gusta viajar, ver sitios,gentes y calles estrechas que puedo mirar y tocar. Arrastro mi mano por la textura de las viejas paredes para tratar de ver luces en el punto de fuga. Por eso, cuando visito un espacio nuevo, necesito momentos de soledad y pérdida. Es mi forma de orar y mostrar mi devoción a las cosas. En mi paseo solitario por las calles, me gusta toparme con rostros bellos de bellas desconocidas para fantasear conversaciones apacibles y novedosas ternuras e, incluso, amores para mucho-mucho tiempo que se tornen, poco a poco, amistad. Pero es solo fantaseo. Aunque soy un tipo que habita en la decepción respecto al humano, sigo jugando en la espera de aquellos que nunca me decepcionen. Eso dicen que es dios pero yo nunca he esperado a dios. Recorro calles y punto.
El color gris tormenta y la luz que brota tras las nubes es una de mis atmósferas favoritas para el paseo. Cuando llueve las calles se convierten en torrenteras de agua, aire, luz y tierra. No me gusta que llueva así como quien dice todo el rato, pero sí la amenaza de chaparrón y su cumplimiento en ráfagas de diez minutos, luego sol y agua escupiéndose amorosos desde las gárgolas o los modestos canalones metálicos. Me gusta la transparencia del gris, su ligera veladura de color marginado cubriendo con amor la nobleza de los otros tonos y texturas.
Toledo es bonito. Pagamos 2,5 euros por ver el Entierro del Conde de Orgaz. Antes, contemplando el Tajo, vi el gris atacado y los canchos que enmarcan las verdes y espumosas aguas del río bajo un prisma-Greco. Sé usar filtros en la mirada. Me elevé en el placer estético tanto frente al cuadro de los 2,5 euros como en mi ensoñación grecota.
O sea, que disfruto cuando viajo aunque he viajado más bien poco y entre muchas gentes que me rodean es un poco vergonzosa esa conducta porque todos han viajado por ahí, lejos lejos, y piensan en términos nacionales e internacionales. No he montado nunca en avión. Ese acto de subir a la aeronave debe de ser algún tipo de bautismo viajero. No sé si deseo ese bautismo.
Visito el Museo del Ejército porque llueve y nos sale gratis y me digo que la idea de que los que mueren por su patria son recogidos por la inmortalidad - como le sucedió al muchacho del relieve, muerto en 1808 a los trece años - es una tontería. Siempre he sido más de los túmulos modestos al soldado desconocido. Pero si el caballero cadete no quiere que me de pena por su temprana muerte, no tengo inconveniente, siempre que seamos todos civilizados.
El problema de visitar sitios bonitos - con encanto, belleza, misterio - es que todos se parecen entre sí en su carácter de espacios bellos y, por lo tanto, uno puede terminar en la decepción de lo mismo. La tentación de quedarse en casa vive enroscada en el alma del viajero. Por eso insistimos en la búsqueda incesante de lo diferente, esos rasgos que hacen del espacio visitado único e irrepetible. Posiblemente también tenemos un nivel de saturación para los espacios irrepetibles, cosa tremendamente adaptativa porque, en el fondo, nos viene mejor la familiaridad de los espacios. Así las cosas, cuando visito un sitio, aunque sea solo por unas horas, me hago el lugareño despreocupado que ya ni mira las joyas artísticas que lo rodean. Compro pan en la tienda de barrio y un par de arenques. Hago como sí una cierta hartura de los turistas me amarga la jornada. Un poco de spleencomo quien dice, para animar la ensoñación viajera.
Siempre he sentido los viajes como algo muy subjetivo. De tal modo y manera que varias personas pueden haber estado en el mismo lugar y al mismo tiempo y cada una de ellas te lo puede describir de manera completamente distinta.
ResponderEliminarEsa experiencia que se aprehende en cada viaje es muy personal y hasta bastante difícil de transferir al otro.
Puede Sr. L que no haya viajado mucho por el mundo físico y exterior, pero me atrevo a decir que sí lo ha hecho por esos mundos interiores, que son aún más misteriosos y de difícil acceso para el resto de los mortales.
Y lo que es mejor: no se necesita avión Sr L.
Muy bonito tu relato, o mejor dicho, tu Toledo.
Afectuosos saludos.
Querida señora: me recuerda lo de los viajes interiores a aquello de la belleza interior que, se supone, buscan muchos hombres en las mujeres (y quizás también muchas mujeres en los hombres). Es la belleza interior como un consuelo quizás no pedido. Los viajes interiores tienen algo de eso. En todo caso, como buen tarado, me siguen gustando los viajes interiores que, a ser posible, coincidan con pequeños viajes exteriores. Los viajes interiores a veces son muy duros, como recorrer Afganistán vendiendo Biblias, por poner un ejemplo, y en una mula huesuda.
ResponderEliminarGracias por el comentario y por su bellas letras. Gusta saber que está ahí, viajando un poquito a mi lado en air-blog.
Ese Toledo recreado por ti casi me gusta más que el real, donde tuve el (dis)gusto de habitar durante más de trece años.
ResponderEliminarEs una ciudad hermosa para visitarla, pero que devora a sus habitantes no obstante sus colores, tan del Greco.
La primera imagen que has puesto es de la calle del Ángel si no me equivoco. Me ha gustado especialmente.
Felices viajes.
Todo viaje es habitación en la irrealidad que nos demuestra que la realidad y el disgusto de nuestro habitar cotidiano admite viajes que solo otros nos enseñan.
ResponderEliminartoledo me transporta al pasado, pero claro es chiquito y ya se sabe pueblo pequeño infierno grande :)
ResponderEliminarcon salamanca pasa igual es precioso y transporta al pasado creo yo! :)
ResponderEliminarUn saludo!