domingo, 29 de junio de 2014






El 28 de junio de 1940 Adolf Hitler viajó muy tempranito a un París recién vencidito.

Dicen que llegó a las cinco de la mañana acompañado del arquitecto Speer y otros grandes artistas.

Vestidos para la ocasión con uniformes militares, visitaron la Ópera y se fotografiaron con la Tour Eiffel de fondo

Las fotos registran el avatar del führer en París.

(Desde luego parece poco verosímil y hasta extemporáneo imaginarlos con pantaloncitos cortos .... ni siquiera en el modelo bávaro).


El caso es que la comitiva abandonó excitada la ciudad, no por lo visto sino por lo visionado. Vieron (otra vez) el Gran Berlín superando en esplendor al Gran París. Edificable poéticamente en menos de diez años. Adolf dixit, Speer diseña la corrida


Cuando el coche de carreras ganó a la parafernalia del arte clásico, toda la quincalla del Louvre quedó para turistas. Coches, en la calle, los hay a miles. Entramos en el museo como vamos a la iglesia en los funerales: por piedad dirigida a los difuntos


El caso es que cinco años después, Berlín sí se convirtió en la gran instalación artística del orden post-bélico. Una obra anónima o colectiva.

Sus texturas decían más del siglo que la ciudad de la luz que nunca ardió. Polvo derrumbado en la piedra tallada en una isla griega, dibujos del viento, soldados rusos con relojes robados a los muertos, jóvenes violadas por jóvenes, viejas sin dientes y con hambre en las encías, el reich con minúsculas meado con orines siberianos, un cielo chupando con la lengua seca y sucia  el río spree arrollado, arroyadocadáveres calcinados mordisqueados por los mosquitos, montañas de escombros y excrementos como en un  cuadro de Dalí cuántico, pan y fuego que miran como ausentes (según le gustan al poeta)

La brecha berlinesa fue de hormigón quebrado

 fue signo del final del siglo

 fue cifra de mi cuerpo y de mi alma un año después de que escribiera estas palabras.


Después Nueva York robó el imperio de la estética a París. Se llevó al muerto

*****

Me gustaría visitar París de madrugada; el 28 o el 29 de junio son buenas fechas. Yo me haría también una foto en el Trocadero y hablaría con los amigos de una nueva ciudad al otro lado del río y de la historia. Una ciudad que, diez años después, quedaría convertida en lodo y olor a gasolina.

No sé por qué pienso en mi cuerpo como ciudad y en su arquitectura.

Y pienso también, en el mismo movimiento de introversión, en el disparo de Hitler y en el de Eva Braun y en el de la perrita Blondie. En el momento de los tres disparos consecutivos, Berlín ya era signo y cifra de la época oscura que llegaba. Y pienso en Speer o Arno Breker escribiendo sus memorias y limpiando con imbecilidad unos sueños cargados, ya en el inicio, de basura e idiotez.


DIJERON:

Pensás en tu cuerpo como una ciudad porque es una ciudad, así como las ciudades son ... cuerpos. Yo sí me imagino a estos muchachos bávaros con pantalones cortos, niños crueles que quizá hasta ataron gatos a las vías del tren. Gran tema: ríos de tinta (no tan negra como la de Lug) sobre París como capital del S. XX. Benjamin, Renato Ortiz, Susan Buck-Morss, David Harvey y sigue la lista. ¿Y Berlín? ¿Y Berlín, qué? Si París era la diversión, Berlín era la perversidad. Y por esta única razón ya merece ser objeto de tesis y de deseo. Con sus pliegues, sus desastres, sus incendiarios cadáveres espartaquistas flotando en un canal, sus triste arquitectura comunista y sus álamos talados a hachazos. Alguien le debe unas cuantas palabras a Berlín, ¿no le parece, brother bicéfalo? (MARIEL MANRIQUE dijo el 29 de junio de 2009)

 (Aranda- Burgos, 29 de junio de 2009 y de 2014)

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