domingo, 18 de marzo de 2012

Cuentos Teológicos (002)

Y si dios hizo al hombre
a su imagen y semejanza,
cabe decir que dios se parece
al hombre


Introducido mi pene en mi vagina, no puedo confirmar si elegí o no la eyaculación en mis entrañas. La fuerza - los humanos la llaman deseo o amor pero caben más nombres en una disyunción infinita - me poseyó con tanta violencia, en aquel instante de lo eterno, que no he vuelto a practicar el acto creador. Me emasculé, dejando se ser semejante al humano en la primera jornada de la génesis, cuando Adán era solo proyecto y Cielo y Tierra anunciaban el largo parto. No volvió a mí esa fuerza que amenaza mi identidad con furia tierna, un dios tras Dios, la extraña necesidad que aparece de pronto, me anula y posee y, a la par, deja bien claro que fui yo el que eligió copular, llegando al final, hasta la última gota, responsable de la creatura, de esa tan costosa gestación y parto que me exige descansar en el fin del proceso. Dinámica que no acaba porque ella, la fuerza, se extendió en el mundo, en los humanos, sembrando la responsabilidad innegable del saberse libres de retirar el pene de la vagina, de correrse fuera y no iniciar la generación que, con tanta fuerza, parece que necesitamos.

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