domingo, 25 de marzo de 2012


RECETA TAMBIÉN VÁLIDA PARA EL AMOR (Aníbal Núñez)

Hay dos formas opuestas de profanar el agua:
recomendarle al río que se lleve
las serpentinas fétidas, el vómito
fabril, risas fecales
lejos de la ciudad:
alguien olvida
que el agua es una casa
la casa de los peces
la casa de las algas
la casa del insecto, la casa de los cristales…
la otra forma consiste simplemente
en pretender un agua
químicamente pura


Lo mismo vale para la escritura y este empeño mío en usarla como fondo de pensiones o terapia de flores. Nunca he podido vomitar a gusto en los golpes del teclado (tampoco cuando era el bolígrafo el que corría por la hoja en blanco). Es vieja la ley del dios salvaje que se me impone cuando atempero mis nervios en las letras. Los peces no son personajes planos porque me niegue a reconocer su presencia y los ignore en mi descripción. No hay posibilidad de títere ni de marioneta emnacipados de las normas de la ciudadela de la escritura. Los peces están ahí, a la caza y captura del insecto, olisqueando los grumos de mi derrota, indiferentes como los dedos de dios ante el muy civilizado cambio de horario.

No es la casa de la escritura el espacio de civilización que promete el inicio de la película - un dios salvaje(Polanski) -, esa reunión para el acuerdo en el que todo se arregla sustituyendo "armado con un palo" por un "llevaba un palo". La facilidad del borrado es sospechosa. Habitan, en la geometría irregular de la tachadura, cristales que reflejan la lógica y la sinrazón, algas que se enganchan en los pies del nadador por muy desnudo que vaya, simulando criaturas marinas que no prometen, precisamente, un suave susurro de melancolía. Viven en las aguas sirenas con vaginas de escamas y Ofelias suicidas sólo aptas para necrófilos.

Pero, de igual modo, se profana el acto de la escritura imaginándola dueña de nuestros movimientos y como destino de mundo autónomo. Es mi vómito terapéutico quien colorea los reflejos y es mi alma la que encarna su gloria (como las criaturas revelan al dios). Podría cortarme los dedos y negarme a follar con las sirenas. Sin mi, las palabras amor, fraternidad, egoísmo, ratón o pez espada mostrarían su fatal precariedad de flatus vocis.

Mucho cuidado conmigo. Ni el agua es sagrada. Y puedo ser más civilizado que el más salvaje de los dioses.


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