El caso es que el sábado estuve paseando por los cañones del Ebro ---- buen día y hermosos sonidos de Valdelateja a Pesquera y retorno por Cortiguera. Hubiese deseado que me acompañara C pero ella tenía que combatir en solitario con los putos demonios y, para ciertas heroínas, la lucha contra el dragón se impone. Yo, en ese momento que suplica exorcismo, vistiendo ya como un cómodo Black Hawk derribado, podía permitirme algunas licencias místicas e irónicas aunque me supiera rodeado de caníbales negros y rebeldes. El Ebro lleva el agua del río más caudaloso de la Ibérica y el Rudrón hace ruido como un colono altomedieval cachondo por esas frondas de las que nunca saldrá para degustar otros lujos musulmanes (almibarados). Me adelanto - mucho - al grupo y, solitario, pienso en el silencio y en el río y en dios y en los malditos demonios del mal fario y la neurosis. El río me ahorra lorazepan pero no sé si es buen negocio el ahorro. Mientras paseo me sucede que
(a) fantaseo con la posibilidad de tener un escarceo sexual con alguna desconocida del grupo, entre los arbustos y en postura incómoda que podría ser visionada por los grandes telescopios de los ejércitos que monitorizan pájaros. Me veo, semi oculto, esforzándome con el trasero aireado y siento que una conocida, que me dijo el viernes que tenía catalejo, me contempla morbosa. La imagen me agota y no culmino la cosa ni en sueños, razón de más para odiar el sexo (siempre preferí el amor, me digo) y dedicarme a reflexionar b;
(b) discrepo con J. sobre la expresión "manosear a la divinidad" : lo sagrado es por definición lo que escapa a la mano (la opuesta de la actitud técnica según Heidegger y Ortega). Toda la mística es deseo-no deseo de pasiva posesión, empitonamiento sorpresivo (al menos en el gesto, como de señorita seducida). Él nos toma por sorpresa, por detrás y cuando menos te lo esperas. El tema no me da mucho más de sí ahora que soy ateo y he renunciado al sexo. Mientras el Rudrón se funde bruto con el Ebro, yo piensoen c;
(c) Creo que si fuese un emboscado, un guerrillero que luchara por aquellos montes contra el fascismo, no tardaría en ser herido o destripado por un comando verde. Me doy cuenta de que casi nunca miro al exterior sino que camino cercado en mi maldito yo, ese yo que no sabe cerrar heridas y que las abre con impúdica imprudencia cada dos por tres bajo la forma de entusiasmo, amistades de conversación o enamoramientos de sol naciente. Pienso en mí y no miro a los signos que muestran plantas tronchadas y huellas leves de zorros y tejones. Me despeño, me degollan los enemigos y soy, del grupo, el primero en caer sin honor ni gloria, pronto olvidado y agusanado.
No es bueno pensar en la soledad del camino, así que opto por pegarme a los seres humanos el resto de la jornada. El campo es bello y las palabras humanas no. Las rocas, imponentes, son tan precarias como yo y lloran óxido. A algunos les engañan las calizas porque para ellos la edad geológica es eternidad. Yo, panvitalista, me apiado de la muerte también próxima de los roquedales. Hay insectos que caen al suelo como helicópteros derribados por salivazos de oruga. También me apiado.
El sábado acaba como empezará el domingo: el cuento que se sabe encerrado en el nudo y exige tragedia o lorazepan o terapeuta o rayo cósmico. Paisajes morfina que, endurecidos por la geología, sólo admiten la respuesta de la lágrima o la llegada del 7º de caballería atrompetando. Algo que nos salve de la inminente presencia de las fuerzas rebeldes u opositoras o liberadoras. Las señoras del machete.
Me gusta soltar lagrimitas.
Soy la canción del Black Hawk Down a las 07:23
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