Naomi Fisher: Bird of Paradise
Un niño de trece años
" No habla mucho, se sobresalta a menudo, se sonroja, como si tuviera siempre miedo. Poco a poco se recupera pero le hace falta siempre tiempo" (Fred Vargas:Huye rápido, vete lejos)PRELUDIO EGOCÉNTRICO DESNORTADO. Puedo callar, no te creas. También soy capaz de conducir la melancolía hasta el extremo y hacer mío el silencio de Lord Chandos. De hecho me he pasado la tarde dormido.Tirado en el sofá y acurrucado por la manta, yo era un tratado metafísico que perdió el tren de los tiempos. Aniquilado en la larga siesta (habitante de ese espacio en el que el sueño pierde su nombre y muta en desidia, deseo de aniquilación, hundimiento gozoso en la nada), interiorizo la somnolencia morbosa y la convierto en píldoras portátiles que me permiten acudir al silencio cotidiano, mientras trabajo, juego y soy simpático con las señoritas. Mis simulacros de discurso enmascaran el más triste de los silencios: la impotencia que, casi por definición, embarga mis palabras.
Pese a todo - con el peso de todo lastrando mis dedos - escribo golpeando las palabras con martillo de joyero y repujo algún que otro sentido que se volatiliza en la incomprensión propia y ajena. Creo que soy adicto al movimiento de las hormigas en la pantalla, al rasgado malvado del papel en blanco. Podía callar, claro, pero un mal vicio me empuja a seguir tecleando, dando ahora el privilegio de la visibilidad al niño de trece años que apareció en la isla de L. Esta fraternidad con el muchacho no me libera del pecado. Es la letra tan pasiva que no fuerza a la acción ni hace cosas con palabras. El mal es un estado de derrumbe, la paralización de la voluntad y el gozo diabólico en el dejar hacer a lo otro.
Me derrumbo sin gozo. Soy bueno en el avatar más simple: el cretinismo ingenuo.
El niño de la isla no habla y, quizás, deba ser yo la voz del desheredado. Ya saben aquello del compromiso con las víctimas y los mudos ------ sin poder sustraerme a la ironía, pienso en el niño, ese ente triste que dejó la escuela en capítulos anteriores y que, ahora, en su silencio, me recuerda a Mudito, el personaje Disney, que sonreía tontorrón a Blancanieves.
Despertado ético de la siesta doy la voz al niño y, como puede comprobar su señoría, no he podido dejar de hablar de la voz.
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LA BOFETADA DE PAPÁ. La bofetada de papá se parece demasiado a una caricia. Es, en la primera ocasión en que se presenta, una ternura que ha perdido el texto y parece necesitar de apuntador. Cuando se repite el gesto del padre, entrada la adolescencia, el muchacho categoriza la secuencia como sólo saben hacerlo a esas edades los humanos: exagerando el patetismo de su pobreza mental (después de la ablación imaginativa), enrocándose en los harapos de ideas que descubren en el patio o en alguna canción radicalizada en sus sentimientos. Que el padre es un hijoputa es casi proposición analítica, verdad intuitiva, no exigiendo demasiada demostración. Las tonterías freudianas son, en este aspectos, fruslerías(sic). El padre incorpora a su rostro todos los males que amenazan en el inicio de la juventud (padre, maestro, señor cura, sargento, inseguridad sexual, primer poema vocacional...) y el hijo, vislumbrada la aparición de tal cosa, responde invirtiendo el telescopio de su intelecto floreciente, mirando al revés, viendo al padre en el fondo más fondo de un pasillo que uno no habitará jamás de los jamases.
El niño mudito, en el recuerdo vivo de la segunda o tercera bofetada, se niega a replicar la L del ángulo recto que da acceso a la escuela y opta por servir a la inercia de la linealidad. Se deja llevar por el golpe en el pecho de la fuga, la desobediencia que no admite explicación (y es inútil que la jefe de estudios reclame razones). Se deja llevar, escribe un poema en la fría mañana de enero, y comienza a entrar en el espacio del ensimismamiento. Nace como habitante de la isla.
Corre el riesgo de convertirse en un poeta de trece años.
L, me acabo de leer las dos últimas entradas y he de felicitarte. La anterior es genial, trazada con ironía y censura al tiempo, con broma que se escapa de sí misma, con espíritu rompedor que se queda sólo en la idea y no pasa a la acción. Ay, esa Jane que opta por el puritanismo...
ResponderEliminarY la entrega presente también es muy buena, transida de estupor mezclado con ternura: el estupor de ver la propia niñez y adolescencia reflejada en un espejo, el estupor de ocupar la posición de padre, y la ternura latente por el niño que toma la palabra, que va a salir de su mudez.
Tienes frases redondas, impregnadas de lirismo.
Un placer leerte.
Un gran abrazo, que ya te voy tomando confianza.
La noción de la verdad en un alumbramiento sin escisión.
ResponderEliminarUn saludo L.