lunes, 20 de febrero de 2012

Indicios de delito (002). No pude ver lo que vi



 Me llamaron sobre las tres y media para contarme que un tarado se había abierto las venas en comisaría. Cuando llegué  la ambulancia se había llevado al sujeto y Fernández me relató lo sucedido mientras contemplábamos los rastros de sangre que cubrían el suelo del despacho.

-  El fulano vino a denunciar la desaparición de una tal Nadia. Supuestamente era su amante aunque él no pudo darnos noticias del apellido, oficio o domicilio de la mujer. Tan solo un número de teléfono móvil y una experiencia tórrida en París que él relataba nervioso.  El agente Pérez detectó signos de evidente sin sentido - alusiones a recuerdos carnales y cosas así - y se retiró un momento para buscar a algún compañero que le ayudara a quitarse del medio al loquito. Cuando quisieron darse cuenta,  el tío chorreaba sangre y gemía solicitando ayuda para encontrar a la desaparecida.

 Miré la sangre. Ya no era roja y, sin embargo, en algunos lugares, se reflejaban aún  los muebles que circundaban la escena. Me senté en una silla y me quedé contemplando un charquito que,  milagrosamente,  no había sido pisoteado por los zapatos de mis compañeros. En él pude ver nítidamente imágenes de un hombre y una mujer caminando por el bosque o haciendo bromas ante la cámara. También  postales de rincones típicos de Paris y de un hermoso paraje de montaña. Y dibujos en los que se contemplaba a una mujer. Según indicaba lo escrito en sus márgenes, era Nadia.

Soy un policía mayor, un viejo comisario que cuenta los meses que le faltan para su jubilación. Mi vista ya no es lo que era ni mi cabeza funciona del todo bien. Quiero creer que lo que vi no lo vi realmente o, si lo hize, lo mal interpreté. El sueño de mi siesta interrumpida no me había abandonado y caí en algún tipo de alucinación. Es verdad que las  imágenes, proyectadas desde la sangre, eran nítidas, claras, precisas. De hecho me dejaron una huella tan persistente en la memoria que, ahora, pasadas las horas, he podido reproducir el rostro  de Nadia tal y como aparecía en los carboncillos. Esas imágenes no son trampas ni engaños. Nadia existe (o existió) y tiene sentido preguntarse por la desaparecida. No lo voy a hacer. No quiero ser un viejo demente en el final de mi carrera. Mando el olfato policial y la intuición al carajo. Ahora me toca ser un pasivo alimentador de palomas y dibujante de ratos libres. Dejo para otros la faena  de atar cabos. Comprender la locura del suicida es la única piedad que puedo permitirme.

1 comentario:

  1. ¡Bien! De principio a fin, y esa última frase es de antología.
    Me gusta este giro en tu escritura, L. Transmites, usas el lenguaje como debe ser: para transmitir y generar pensamientos y emociones.
    Beso.

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